EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.
Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.
Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.
Por qué enmendar si basta con la contrición
falsa,
con el perdón fariseo
para recaer al otro día.
Me sobra fervor y me faltan
causas
sobre las que sembrar esa
compasión que enciende el leño
pero no la carne.
Añoro la estela diaria de unos
pasos que ya no resuenan.
Se resecan las huellas en el
barro.
Enfriado el momento, nadie le
sigue:
sordo el espíritu
si es que lo hubo.
Busco esencia en la forma y no
hallo
el fondo de este rito hoy vacío.
De tanto repetir maquinalmente, sobrevivió el envoltorio
y se perdió el mensaje en el olvido.
Echo de menos coherencia.
La cotidiana práctica de los predicamentos… (S. G. I. , Madrid, 9 de abril de 2016)
FRUTOS DE TEMPORADA
Echo de menos coherencia. La cotidiana práctica
de los predicamentos. Que el de Nazareth no haya de girar el rostro apedreado por las palabras huecas, aire que en el aire se desvanece. Más duros los
hechos que los efímeros propósitos: tumefactas ya ambas mejillas. Por qué
enmendar si basta con la contrición falsa, con el perdón fariseo para recaer al
otro día.
Me sobra fervor y me faltan
causas sobre las que sembrar esa compasión que enciende el leño pero no la
carne. Añoro la estela diaria de unos pasos que ya no resuenan. Se resecan las
huellas en el barro. Enfriado el momento, nadie le sigue: sordo el espíritu si
es que lo hubo.
Busco esencia en la forma y no
hallo el fondo de este rito hoy vacío. De tanto repetir maquinalmente,
sobrevivió el envoltorio y y se perdió el mensaje en el olvido.
Echo de menos coherencia. La cotidiana práctica
de los predicamentos… (S. G. I. , Madrid, 9 de abril de 2016)
Jesús cura al paralítico en la piscina de Bethesda, Carl Bloch
La saeta de Antonio Machado, por Joan Manuel Serrat
Las actuales
circunstancias me empujan a una reflexión muchas veces hecha, quizá de forma
menos directa: las modernas democracias, que tanto se han jactado de ser escrupulosamente
solidarias y respetuosas con la igualdad de oportunidades, se han seguido alimentando
durante décadas del sudor y la sangre de los de siempre. Dónde el patrimonio
que la familia Franco expolió a este país y que ha permitido a sus
descendientes seguir siendo unos privilegiados, sólo por poner un ejemplo de la
tolerancia que el sistema prodiga a abominables dictaduras.
El mismo perro
con otro collar. El mismo perro dominado por las garrapatas de siempre.
Lo triste es
que nos quisimos creer el espejismo. Y muchos, convencidos, incluso defendieron
fieramente su dudosa honorabilidad. No habrían faltado quienes, generosamente,
hubiesen dado la vida por esa quimera. Por un sistema pútrido y corrupto que,
fiel heredero de otros de infausto recuerdo, ha prosperado cual parásito a
costa ajena.
Tras el baile
de máscaras, sólo queda el cadáver de la ingenuidad. Rígido y frío, irremediablemente
yerto.
Duelo después del baile de máscaras, Jean-Léon Gérôme
Brother Dege (AKA Dege Legg), Too Old To Die Young
Tristemente se
vuelve a hablar del intento terrorista de subvertir nuestras reglas de convivencia,
de la necesidad de defender nuestros valores occidentales. Si esos valores son
los que estamos mostrando a los refugiados sirios, que no cuenten conmigo. No
me identifico con ese género de “cultura”; no es ése mi proyecto de vida, no
coincide con los principios que siempre he cultivado. Me he dejado guiar,
cuarenta años largos, por la tolerancia: me repugna cualquier tipo de
xenofobia, de incitación al odio por motivos étnicos o de discriminación por
motivos económicos. Perteneciendo a lo más íntimo del ser humano, respeto
profundamente los sentimientos religiosos ajenos, cualesquiera que sean. Me
repugna la islamofobia cuanto me repugna el antisemitismo que asoló Europa no
hace tanto tiempo. No advierto las diferencias. Nada justifica la violencia. Ninguna.
Ni la aplicada mediante acción, ni la consentida mediante omisión. Lo repito
una vez más; pero como el hombre es un animal torpe y obstinado, guiado por las
orejeras de sus particulares intereses, de seguro no será la última. Y la próxima
ocasión también será sangrienta y sangrante como ésta: la violencia sólo
engendra más violencia.
Se solía decir que era muy difícil
ser mujer en el sigo XX. Está claro que no resulta más fácil en el XXI. Seguramente
nunca lo fue. Demasiados papeles para una única intérprete.
Emma Zunz revisitada en tres tiempos: Las caras
de “lo femenino” que no vislumbró Borges
Salomé
Guadalupe Ingelmo
Variaciones sobre un Espacio-Tiempo
I: El Hilo de Ariadna
El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español. La condujo, a través de una interminable
serie de pasillos y puertas, hasta una habitación, la habitación. Allí, una vez consumado su destino, inútil ya el
hombre que se acababa de marchar, ella se vistió. Lo hizo lentamente. La premeditada
meticulosidad con la que abrochaba cada pequeño botón le permitía no pensar en
el recién revelado misterio. Ni ser consciente de su gesto asqueado y triste. Le
permitía ausentarse transitoriamente de esa habitación y de ese cuerpo. O al
menos, fingirlo. Pero también el tiempo, condenado a la prisión del espacio y
la materia, es finito.
Consciente de
su recién adquirido poder, proyecta salir en busca de venganza. De una única y
universal aplicada sobre un solo hombre, uno en concreto, que habrá de expiar
las culpas –quizá más bien la culpa–
de todos los hombres: de los que ya han llegado y de los que, inevitablemente,
habrán de venir. Pero una y otra vez su intención se ve frustrada. Una y otra
vez se pierde en ese intrincado laberinto de pasillos y puertas que aún no
domina. Una y otra vez acaba en la misma habitación, en la habitación.
Ella quiere
salir, pero el hombre ha cerrado la puerta. La ha cerrado cada vez, una vez
tras otra. Y esa acción repetida ha ido cobrando una fuerza incontrastable; imposible
volver a abrirla. Ya no hay tiempo fuera de ese tiempo. Un tiempo en el que una
vez tras otra se reproduce el origen, que es principio y fin simultáneamente Por
eso la mujer regresa siempre a la habitación en la que hay un hombre, un hombre
sueco o finlandés que no habla español, un hombre que es el primero y el último
hombre: un único hombre, el hombre.
Variaciones sobre un Espacio-Tiempo
II: Pandora Desencadenada
El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español. El hombre era, en realidad, un proyecto
en la mente de la mujer. De una mujer que aún no era. Pues el hombre, por el
momento, sólo se insinuaba como una idea vaga en otra mente. Una para la que,
en aquel tiempo, sólo podía ser un sueño.
Y sin embargo
ese nuevo diseño le turbaba: como un cuento trabado en la punta de la lengua.
Como siempre que creaba una nueva historia, se le había revelado misteriosamente:
súbito fogonazo inflamando una idea todavía tibia, que aún habría de modelar
como un alfarero al barro. Un proyecto que por el momento no era siquiera carne
de su carne o sangre de su sangre, que no era más que un duro hueso: no poético
húmero sino prosaica costilla. Pero que un día, estaba seguro, se convertiría
en su mejor creación.
Un día esa
mujer que aún no era, sería. Y sería precisamente gracias a ese hombre. La
mujer cifraría el sentido de su existencia en él. Por eso, para descifrarse a
sí misma, incapaz de perdonarlo, le perseguiría para aniquilarlo. Y por eso,
incapaz de perdonarse, lo aniquilaría para aniquilarse. Para poder partir de
cero. Para retroceder no al principio de los tiempos, sino antes aún. Para
retroceder antes del tiempo.
Una vez
exterminado el hombre y su recuerdo, ella no habría de temer ya a la fracturada
costilla. Y entonces la mujer estaría lista para renacer: para ser creada de
nuevo. Esta vez, directamente del polvo. Sería el comienzo de otro tiempo.
Variaciones sobre un Espacio-Tiempo
III: El Error de Atalanta
El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español. Mientras cumplía su destino inconsciente
de ser instrumento de venganza, ella, ausente, planeaba. Concluido el repulsivo
trámite sin el cual no podía existir paso sucesivo, el cerebro de la mujer
volvería a otro espacio-tiempo, uno previo al turbador incidente. Éste perdería
consistencia de golpe. Ya ni siquiera alcanzaría la categoría de anécdota irrelevante;
sencillamente se esfumaría. No es que la experiencia hubiera de caer en el
olvido, sino que jamás habría tenido lugar en la realidad de esa mujer. Ella
volvería a ser la joven que fue antes de esa habitación. Pero al, tiempo, no.
Porque para entonces el dolor y la rabia, más densos que el espacio y el
tiempo, la habrían bautizado definitivamente con marca invisible pero indeleble;
convirtiéndola en instrumento ejecutor.
Planeaba la
venganza posterior, que la libraría de las cadenas que él andaba tejiendo torpemente
con sus dedos sobre un cuerpo súbitamente extraño, uno que ni siquiera quería
ya.
Sólo que algo habría
de acabar saliendo mal. Porque su voluntad, la voluntad de venganza, se
enfrentaba a otra imprevista pero no por ello menos sólida: la ajena voluntad
de goce. Y esa voluntad no calculada acabaría imponiéndose; ella no lograría salir
de esa escena sórdida que en su mente fue mero tránsito, medio para otro fin
que ahora no alcanza. Así que la mujer, como en un sueño o una pesadilla, entrará
una y otra vez en esa habitación en la que, una y otra vez, quedará reducida a
instrumento para el placer ajeno, mientras inútilmente planea una venganza que
jamás llega. Entonces ella descubrirá que su voluntad no es libre, que su ánimo
nace sometido a un cuerpo. Uno propio o ajeno según el momento. Sólo una
cuestión de espacio-tiempo: de banales detalles y circunstancias fortuitas.
La trilogía Emma Zunz revisitada en tres tiempos:
Las caras de “lo femenino” que no vislumbró Borges fue originalmente
publicada en Revista Monolito XXII (febrero-marzo), México: 2016, http://issuu.com/juanmireles/docs/monolito_xxii
, p. 82-84.
Museo Arqueológico de Estambul, Campaña asiria contra los enemigos
Yo
daría un consejo al Parlamento de Dinamarca: ¿por qué permanecer prisioneros de
los falsos prejuicios o de la doble moral, maniatados por el qué dirán? Si
total, por lo que parece, nadie tiene nada que decir al respecto. ¿Por qué no
comenzar a extraer, entonces, las piezas dentales de metal? ¿Por qué no rapar
el cabello?
No
hay como una mente práctica para amortizar la miseria, para saber sacar partido
hasta en el infierno.
Quizá consista en esto la tan cacareada esencia occidental.
Salomé Guadalupe Ingelmo, Dos testimonios de Sonderkommando en
Auschwitz
(FRAGMENTO), en Revista Destiempos (México) n. 42, Estudios y Ensayos,
Diciembre 2014-Enero 2015, p. 50-86,http://www.destiempos.com/n42/Ingelmo.pdf
Los Sonderkommando,
como su propio nombre indica, fueron equipos especiales de prisioneros, casi
siempre judíos. A ellos se les obligó, bajo amenaza de muerte, a desempeñar
actividades relacionadas con la aplicación de la “Solución final”. Su función
consistió en ayudar a desvestirse y entrar en las cámaras de gas a las víctimas, seleccionar sus pertenencias, extraer las
piezas dentales de oro de los ejecutados y cortar el cabello ‒que se
vendía a la industria textil‒ de los cadáveres femeninos[1],vaciar y limpiar las cámaras de gas después de cada
sesión, acarrear e incinerar los cuerpos y deshacerse de esas
cenizas.
La organización en los crematorios se asemejaba a una cadena de montaje.
Así lo advirtió precozmente el corresponsal de guerra Vasili Grossman: “El cadalso de Treblinka no era un cadalso
sencillo: era un lugar de ejecución en cadena, método adoptado para la
producción industrial contemporánea. Y de igual manera que un verdadero
conglomerado industrial, Treblinka no surgió de pronto tal y como ahora la
describimos. Creció paulatinamente, se desarrolló, creó nuevos «talleres»”.
(Grossman, “El infierno de
Treblinka”,538).
[1]Un grupo de Sonderkommando
sacaban, con mucha dificultad, pues los cadáveres estaban rígidos y enmarañados
entre sí ‒amén
de resbaladizos por los abundantes restos de fluidos‒, los cuerpos de la cámara y los llevaban a un
atrio contiguo. Allí estaban los “barberos” y “dentistas” (Venezia, Sonderkommando,
80-81, 178). Éstos debían ejecutar sus labores velozmente para que, una vez
extraído todo lo de valor, los cuerpos fuesen transportados por otros Sonderkommando
hasta los hornos.
Era
una vez extraídos los cuerpos de las cámaras, que antes habían de airearse
mediante un potente sistema de ventilación mecánica que se ponía en marcha
durante unos veinte minutos, pues el efecto de gas Zyklon B se prolongaba en el
tiempo, cuando a los cadáveres de las mujeres se les cortaba el pelo. Así lo
aseguran todos los testimonios de los Sonderkommando
sobrevividos, especialmente de los “barberos”. Pero además ahora contamos con
pruebas forenses concluyentes: piezas textiles fabricadas con pelo humano y
encontradas en Auschwitz, donde además aparecieron toneladas de cabello aún sin
manipular, una vez analizadas, han revelado que en efecto el pelo con el que se
manufacturaron contenía restos de Zyklon B, el veneno empleado en las cámaras
de gas[1].
En ese momento se rescataba también todo lo que de valor pudiese tener el
cuerpo: piezas dentales de oro, pendientes y anillos que hubiesen podido quedar
puestos en la víctima a pesar de que se les había ordenado precedentemente que
se despojasen de todo… Y entonces, sí, finalmente los cadáveres estaban listos
para ser quemados en los hornos crematorios. Aunque, dado que el sistema no
desaprovechaba nada, aún sus cenizas serían, en algunos casos, empleadas como
abono[2].
Ciertamente no se trata más que
“pequeños detalles”, aclaraciones que en nada afectan a la verdadera naturaleza
del horror. Pues finalmente tanto el cabello de los reclusos que vivirían por
el momento como el de aquellos que ya habían sido cremados, se almacenaba y
vendía a las fábricas textiles igualmente.
El sistema no estaba dispuesto a
dejar cabos sueltos: no podían quedar con vida prisioneros que hubiesen
acumulado demasiada información sobre los métodos de exterminio. Por eso los Sonderkommando,
casi siempre prisioneros judíos, eran a su vez
regularmente exterminados. Muy pocos de ellos sobrevivieron, y de esos
pocos la mayoría eligieron el silencio. No obstante los testimonios de algunos
de esos hombres nos han ayudado a conocer los procedimientos aplicados en las
cámaras de gas y los crematorios. Así Shlomo Venezia, judío sefardita nacido en
Salónica y con nacionalidad italiana, Sonderkommando de
Auschwitz-Birkenau durante ocho meses y medio
interminables, proporciona detalles espantosos con una sinceridad
admirable.
Shlomo, que
precisamente desempeñó las funciones de “barbero”, explica
cómo los cadáveres extraídos de las cámaras de gas por algunos Sonderkommando, pasaban después por las manos
de los “barberos” y “dentistas”. Ambos trabajaban en el mismo espacio, en un atrio adyacente a la sala donde las víctimas se
desvestían antes de entrar en la cámara de gas[3].Shlomo cortaba el cabello de las mujeres,
especialmente si lo tenían largo, con unas tijeras grandes similares a las de
poda y lo metía en sacos, Una vez “barberos” y “dentistas” habían
acabado su trabajo, que debía realizarse a gran
velocidad porque muchos cuerpos habían de ser revisados y eliminados cada día,
los cadáveres estaban definitivamente en condiciones de ser trasladados a los
hornos crematorios por otros Sonderkommando.
El cabello de
los difuntos era usado para fabricar textiles: ropa ‒como calcetines para los soldados‒, mantas, rellenos de los colchones suministrados a las
tropas alemanas, tapicerías para distintos tipos de vehículos[4], sogas de uso naval e incluso juntas estancas para buques y
submarinos, así como mecanismos de ignición para bombas[5]. El pelo de los prisioneros de los campos de concentración y
de los exterminados en ellos pasó a sustituir al de caballo por resultar una
materia prima aún más barata. Ciertamente el régimen apuraba bien a sus
víctimas. Tras usar su fuerza de trabajo como mano de obrar esclava[6], los propios cuerpos eran exprimidos[7]: la grasa se
empleaba para hacer jabón, los huesos para conseguir fertilizante… En el campo
de Madjanek se usaba un molino mecánico para moler los huesos que aún salían
enteros de los hornos crematorios. Según Shlomo Venezia en Auschwitz se usaba
un gran martillo pilón con el mismo fin. Martillo que, por cierto, Otto Moll, a
cargo de este campo, empleó para abrir el cráneo a uno de los presos de un
grupo que se negaba a bajar al crematorio[8]. Chil Rajchman
cuenta que en Treblinka se usaban unas mazas de madera; pero los prisioneros
procuraban dejar, sin ser vistos, huesos enteros junto a las cenizas que
enterraban: tenían la esperanza de que los verdugos no lograsen hacer
desaparecer todas las pruebas del genocidio[9].
[2] Sabemos por el Sonderkommando de
Auschwitz Shlomo Venezia que las cenizas de los no judíos resultaban
especialmente rentables: parece ser que las SS anunciaban a la familia del
fallecido que éste había muerto de una enfermedad y les ofrecían la posibilidad
de comprar sus cenizas por doscientos marcos. Por eso la primera vez que Shlomo
entró en el dormitorio de los Sonderkommando del
crematorio en el que permaneció destinado en Auschwitz, encontró al lado de las
camas nichos con casi doscientas urnas que contenían cenizas ‒que habían de ser
de varis personas mezcladas, a pesar de lo que se decía a los familiares‒ y una placa de
identificación en cada una (Shlomo Venezia, Op. Cit.,
p. 115).
[4] Gracias a los testimonios de trabajadores de
aquella época, empresas que siguen existiendo y que bajo el nazismo se vieron
favorecidas por la venta de este tipo de material ‒que se les podía
suministrar en grandes cantidades y acabó moviendo una enorme suma de dinero‒ siguen hoy en el
punto de mira. Un ejemplo es la Schaeffler ‒que curiosamente
en origen fue de un empresario judío obligado a la huida por la represión nazi‒, fabricante
alemana de componentes para coches (http://www.europapress.es/internacional/noticia-empresa-alemana-uso-pelo-victimas-auschwitz-fabricar-material-textil-20090304120820.html ). Otra empresa especialmente favorecida por este
mercado fue la Firma Alex Zink, que producía fieltros.
[5] Se pueden consultar, por ejemplo, fuentes del
centro de recursos para la educación sobre el genocidio perpetrado sobre los
judíos, el Birmingham Holocaust Education Committee: http://www.bhamholocausteducation.org/powerpoint/notes-the-holocaust.pdf
, p. 173. También Vasili Grossman, Op. Cit., p. 528.
[6] Que, como en el caso de los campos franquistas,
se alquilaba a las empresas afines al régimen. De entre las muchas familias y
empresas que se aprovecharon de esa práctica para enriquecerse podemos citar
algunas muy conocidas: IG-Farben, Thyssen, Krupp, AEG, Siemens, Daimler-Benz,
Photo AGFA, Banco de Dresde, Volkswagen, Bayer, BMW, Heinkel, Telefunken…
[7] Qué mejor ejemplo de ese “espíritu de ahorro
mezquino” que según Vasili Grossman habría caracterizado a los alemanes (Vasili
Grossman, Op. Cit.,
p. 510).
[8] Shlomo Venezia, Op. Cit, p. 97. [9] Chil Rajchman, Op. Cit., p.
94-95.
Primo Levi, Si esto es un hombre
En un instante, con
intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al
fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no
existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las
ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos
escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos
conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera
que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca
(Levi, Si esto es un hombre, 13).
La esperanza (B.S.O de La lista de Shindler),John Williams y Itzhak Perlman
Una noche un musgaño entró en la choza y se puso
a lamer y a morder los pies sangrantes de Francisco. Sobresaltado, éste le
habló dulcemente, como a un niño: «¡Hermano musgaño, me duele! ¡Hermano
musgaño, te lo suplico, vete, me duele!»
Una mañana lo encontré completamente desnudo, tiritando, en su jergón.
—¡Padre Francisco! ¡Hace un frío terrible, por qué te has desnudado!
—He pensado —me respondió castañeteando los dientes—en todos los hermanos que
tienen frío en el mundo. Como no puedo calentarlos, me castigo teniendo frío
como ellos.
—Me pregunto qué será de los hermanos que se han marchado a predicar —me dijo
la mañana siguiente—. Noche o día no dejo de pensar en ellos. Un musgaño ha
venido a visitarme y me ha distraído un momento, pero era un buen musgaño, le
pedí que se marchara y me obedeció en seguida. Y ahora, espera. Aguardo a un
mensajero que me traerá noticias.
Apenas acabó de hablar cuando Gennadio, uno de los más candorosos y de los más
amados entre nuestros hermanos, se mostró en el umbral, descalzo, cubierto de
heridas pero feliz. En los años heroicos, al comienzo de nuestra hermandad,
solíamos reír con sus bromas.
Un día un hermano cayó enfermo. «¡Ah, si tuviera una pata de cerdo para
comer!», gemía en su fiebre. Sin esperar, Gennadio se precipitó al bosque
vecino, buscó y encontró a un cerdo que se alimentaba con bellotas, le cortó
una pata, volvió corriendo a la Porciúncula. la cocinó y se la dio al enfermo.
Al saber el hurto, Francisco regañó a Gennadio: «¿No sabes que no debes tocar
lo ajeno? ¿Por qué hiciste eso?». «Esta pata de cerdo ha alegrado tanto a
nuestro hermano que no tendría remordimientos aunque hubiera cortado las patas
de cien cerdos», respondió Gennadio. «Pero el desgraciado guardián de cerdos
llora y se lamenta buscando al culpable por toda la selva». «Y bien, hermano.
Francisco. iré en su busca y me haré amigo de él, no temas».
Corrió al bosque, encontró al campesino, se arrojó en sus brazos y le dijo:
«Hermano, soy yo quien cortó la pata de tu cerdo, no te enfades, escúchame.
Dios hizo a los cerdos para que los hombres los coman. Un enfermo gritaba
"No me curaré mientras no coma una pata de cerdo". Entonces tuve
piedad de él, corrí a la selva encontré el cerdo, le llevé la pata, la cociné
bien y se la di. Ahora, mi hermano está bien, ruega por el dueño del cerdo e
intercede ante Dios para que le perdone sus pecados. No te enfades, y ven a mis brazos. ¿No somos todos hermanos, hijos de Dios? Has
hecho una acción piadosa y te he ayudado a cumplirla. Ven, abrázame». Y el
campesino, furioso al principio, se calmó poco a poco y acabó por arrojarse en
los brazos de Gennadio. «Te perdono, pero por el amor de Dios, no lo hagas otra
vez». Cuando Gennadio le contó su conversación con el campesino Francisco rió
de buena gana. «¡Lástima que no tengamos todo un pueblo de Gennadios como éste!»
Llevo oyendo hablar del "voto útil" prácticamente desde la primera vez que me acerqué a una urna electoral. Durante décadas, las mismas trompetas anunciando el Apocalipsis si alguien osaba censurar, polemizar, objetar o siquiera reflexionar por cuenta propia. Y así hemos llegado a tener candidatos puestos a dedo y aparentemente más preparados para pasar un casting de televisión que para dirigir nuestros destinos.
Tanto miedo gratuito inculcado a un país en el que el miedo justificado, el provocado por la represión y el régimen dictatorial que la ejercía, había calado comprensiblemente hasta lo más hondo. Un miedo, por ello, doblemente ignominioso para quienes lo han alimentado interesadamente. Y todo ¿para qué? ¿Para qué elevados fines que justifican cualquier medido? Todo para vivir indefinidamente de las rentas, con las posaderas bien asentadas en el cargo. Sin dar palo al agua, dilapidando lo poco construido. Traicionando, por principio, la confianza obtenida gracias a la inocencia de la víctima o al más burdo chantaje. Una y otra vez, participando de la "fiesta de la democracia" bajo amenaza.
Sigo pensando que el voto útil es aquel que te permite dormir tranquilo por las noches, el que no hace que te avergüences de ti mismo; el que no ha sido arrancado apelando al pobre argumento del mal menor.
Por eso, si volvemos a los colegios electorales en unos meses, mi voto, ése presuntamente inútil, volverá a ser el mismo. Llamadme testaruda si queréis. Si hay que desbloquear la situación y lograr la gobernabilidad a costa de que el ciudadano traicione a su conciencia, que no cuenten conmigo. Mi voto fue "útil" durante algún tiempo de infausto recuerdo, pero no se puede vivir eternamente bajo el fantasma del miedo.
Casi seguramente
se hará necesaria una ayudita. Pues bien, se trata de algo que responde al curioso
nombre de calculador de derrotas.
En el Museo NavaldeMadrid, en la Sala IV correspondiente a los
reinados de Felipe V y Fernando VI, conservamos el más antiguo de estos
muebles-instrumento conocidos en España.
El marqués de la Victoria, en sus esfuerzos por divulgar la Táctica, inventó
este cacharrito. Se trataba de una mesa de maniobras y ejercicios alrededor
de la cual se reunían oficiales y alumnos para analizar y discutir posibilidades
de movimientos sobre un tablero que era, a la vez, ábaco calculador de derrotas y registro de rumbos y distancias recorridas.
¿Qué a qué
viene sacar el tema ahora? Lo comento sólo por tener argumento de conversación,
para no recurrir al manido tiempo.
Paul Delaroche, Napoleón la víspera de su abdicación en Fontainebleau