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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

CORRE, QUE TE PILLA LA IGUALDAD

En el zoo
     Evidentemente los hay que, aún, no logran perdonarnos. Se empeñan en no pasar página. Y confunden lo privado con lo público. Lo concreto y puntual, con lo habitual... generalizando. Peligrosamente, generalizando. Haciendo norma de lo que, sí, es un caso aislado. Recurriendo a un argumento tan ordinario como tramposo.
     Hay que ver, y todo por un quítame allá esa manzana.
     Por cierto, volviendo a eso de que en boca cerrada... Se ve que últimamente no andamos muy sobrados de prudencia.

¡VAYA PIERNAS!, PENSÓ AL VERLA

Era todo músculo. Demasiado resuelta; muy masculina. Su padre, de niño, le zurraba si se dejaba pegar por una chica... Pero, aunque le aterra reconocerlo, sus sentimientos cambian al verla despellejar con soltura un jabalí. 
Te invito a un hidromiel esta noche. Si tu padre consiente, claro. Te dejaré en casa antes de que mi clepsidra anuncie el fin de la primera vigilia. 
Atalanta lo mira como si acabase de escapar del Heládico antiguo. Ni se molesta en retarlo a la carrera con la que se deshace de los moscardones. Él, frustrado, busca el consejo de Afrodita. 
Había pensado regalarle alguna joya. ¿Qué tal unas manzanas de oro? 
Hipómenes, hijo, pareces tonto. Es una mujer, no una de esas muñecas hinchables que fabrica Pigmalión. ¿Conquistarla con fruslerías? Lo llevas claro. Quizá un arco último modelo... 
Ella fue concluyente: “Mira, chato, estás como un queso de Beocia, pero alguien te ha llenado la cabeza de… pájaros. Si quieres arrimar cebolleta, antes habrás de aprender a arrimar el hombro como un hombre”.
Voy un momento a buscar un vellocino, cariño. Vuelvo en unos años.
A diferencia de las compañeras de otros argonautas, no se queja de que se aburre. Con el niño y el resto de tareas de la casa, le sobra poco tiempo. Pero cuando Atalanta regrese, comprobará que he sabido emplearlo bien, se dice orgulloso mientras cuenta las vueltas del peplo nuevo que le está tejiendo.
Salomé Guadalupe Ingelmo
¡Vaya piernas!, pensó al verla, ha sido publicado en la antología de textos del Iconcurso de relatos cortos Isonomía ACEN, "Relatos para Malala", Acen: Castellón, 2012, p. 48.

Atalante e Hipómenes, Guido Reni

 Para escuchar a Joaquín Sabina interpretando 19 días y 500 noches
 Sin acritud, que conste. 
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SPY LIKE US O DE CÓMO LAS COMPARACIONES SON ODIOSAS


A buen entendedor... Eso. Porque en boca cerrada... 
Además para qué, si ya lo dicen todo otros.
   
Joseph Ducreux, Le Discret

Odd Nerdrum, La cantante













Para escuchar a Adele interpretando Skyfall

Para escuchar a Joaquín Sabina interpretando Semos diferentes

HÁBITOS PERNICIOSOS

Garganta del Infierno (Valle del Jerte), cuesta arriba

     A veces ser espectador perjudica seriamente la salud. No sé por qué me empeño en seguir viendo los debates de la tele. El hombre es, sin duda, el animal más reincidente.

AL SON DE LA MÚSICA
Sobre el escenario, una enorme televisión recortada en cartón. Lo suficientemente grande para albergar un presentador de telediarios tras su mesa. El individuo en cuestión ostenta un gesto adusto. Sujeta unos papeles haciéndose el interesante, como si fuesen de extrema importancia. En la parte superior del aparato, en el lado derecho, una ranura para meter monedas idéntica a las que tienen las cabinas telefónicas.
De repente, por el lateral del escenario, aparece una enorme mano en cartón piedra que echa una moneda de dimensiones desproporcionadas en la televisión. Entonces comienza el espectáculo: una melodía de cajita de música se difunde por el teatro.

PRESENTADOR:
El presentador se esfuerza por parecer circunspecto. Gesticula poniendo caras de sorpresa, indignación y reprobación alternativamente. Se ajusta el nudo de la corbata con gran profesionalidad. Inconscientemente tira de un cordón que le cuelga cerca de la nariz y ésta se le empieza a alargar de forma alarmante. El público ya no sabe decidir si se encuentra ante Pinocho, ante el mismísimo Cyrano o ante el desgraciado del poema de Quevedo, aquel que vivía a una nariz pegado.
Falto de noticias, en un loco afán por improvisar o sencillamente transportado por la música, sale de detrás de su mesa. Levanta los brazos sobre la cabeza y, abandonando su proverbial solemnidad, comienza a girar de puntillas. Entonces el público advierte que la chaqueta del traje gris que viste por arriba no combina demasiado bien con el minúsculo tutú rosa que gasta por abajo.
La música va muriendo como si se le acabase la cuerda, y lo mismo le sucede al personaje. Termina desmadejado como un muñeco sin vida o una marioneta sin titiritero.
La enorme mano de cartón piedra deja caer una gigantesca tela negra sobre el aparato de televisión. Las luces se apagan.
Las luces se encienden. Sobre el escenario, el bulto tapado. Sólo que cuando la misteriosa mano reaparece y levanta el lienzo negro, debajo no está la televisión, sino una jaula en la que el presentador, vistiendo todavía la parte de arriba del elegante traje y el delicioso tutú que deja al descubierto sus musculosas piernas y le permite lucir las primorosas zapatillas de ballet, tiene ahora un penacho de plumas verdes en la cabeza, alas del mismo color que le salen de la chaqueta −de la que han desaparecido las mangas− y un pico duro como el de los loros o los papagayos. El insólito bicho está subido a su columpio, donde parece haber pasado la noche. Pero en cuanto la mano deja caer unas pipas, salta agradecido y ejecuta toda clase de piruetas. Grazna moviendo las alas desesperado, haciendo esfuerzos denodados por hablar. Pero como es un animal sin entendimiento, sólo se revela capaz de reproducir sonidos humanos escuchados a otros. De modo que si no le apuntan, se queda en blanco.
La mano, satisfecha con su mascota, ya que la intención es lo que cuenta, le recompensa propinándole con imprevisible delicadeza, como a un perro fiel, unos cariñosos golpecitos sobre la cresta.
Es entonces cuando el espectador comienza a vislumbrar que las sospechas que ha ido nutriendo de que el personaje fuese una bailarina disfrazada de periodista resultan totalmente infundadas. Porque el personajillo ha de ser, en realidad, un loro disfrazado de bailarina que, a su vez, en sus ratos libres, se disfraza de periodista.
Salomé Guadalupe Ingelmo
Premio Especial de Monoteatro Sin Palabras Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción “F.G.C  ” 2012

Al son de la sica, ha sido publicado en Picoscópico, Antología de los textos premiados en el Concurso Internacional de Microficción Dramatúrgica Hiperbreve “F.G.C  ” 2012, Cuadernos de las Gaviotas número 96, Ediciones Comoartes, Madrid/México D. F. 2012, p. 45.


La voz de su amo, Francis Barraud

Para escuchar a Javier Krahe interpretando Tiralevitas
 


CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA


MAS LÍBRANOS DEL MAL
     En el centro del escenario, una columna monumental, gigantesca. Al pie, entre las dunas, una multitud de maniquís arrodillados, alzando las manos al cielo o en posiciones innaturales, como si estuviesen retorciéndose presas de convulsiones. Todos esos rostros desencajados, de miradas perdidas, se vuelven hacia arriba.
     Sobre el escenario se escucha un grito unánime, desgarrador, que recorre ese artificial desierto, pareciendo querer alcanzar el cielo: voces de todos los sexos y edades claman justicia. En señal de duelo, las mujeres, los ancianos, los niños e incluso los hombres, hartos de ser ignorados, de ser tratados como muñecos, intentan llamar la atención sobre su espantosa desventura; lanzan, como es costumbre, alaridos agudos moviendo frenéticamente sus lenguas.
     En lo alto de la columna como Simeón el Estilita, el escritor asceta –paradójicamente el único ser de carne y hueso en escena–. Viste una túnica incomprensiblemente suave y costosa, en lugar que usar un cilicio de pelo de camello. Su barba y cabellos brillan a pesar de la sal y la arena del desierto, que azota el resto de bocas y ojos, dejándole a él ileso. Su aspecto es saludable. Está incluso orondo, como no podría estarlo alimentándose sólo de insectos y aire, como hace el resto del pueblo. El gesto, siempre severo y ceñudo, incapaz de indulgencia. La lengua, dispuesta a censurar los pecados ajenos. Si pudiese, arrojaría la primera piedra. Y con ella barrería, como en un juego de bolos, a todas esas gentes a las que ya no considera hermanos.
     Mira hacia abajo asqueado y se lleva la mano a la nariz, como para ahogar una pestilencia que sólo a él resulta manifiesta. Año tras año ha ido haciendo esa columna cada vez más alta, pero aún los sigue oliendo y oyendo. Su presencia, que no su dolor, le tortura. Comienza, un día más, su particular retahíla de reproches.

ESCRITOR ASCETA:
¿Hasta cuándo me mortificarán con sus voces: con sus súplicas, sus quejas, llantos y seductores halagos? ¿Hasta cuándo seguirá torturándome esta humanidad vulgar y tediosa? Es éste un amargo cáliz enviado para ponerme a prueba, pero yo no he de beber de él (Se lleva a los labios una lujosa copa decorada con piedras preciosas, en escasa consonancia con la vida del anacoreta, extraída de entre los pliegues de su delicada túnica.) ¿Escuchar ese balido de cordero sacrificial conducido cruelmente al matadero?... (Sólo por un segundo, vacilante, frunce el ceño como si alguna parte de su ser aún fuese capaz de remordimiento.) No, he de mantenerme sordo, insensible, ante el clamor de este pueblo (De nuevo arrogante e intransigente.) Aunque esta perversa Babilonia intente apartarme de la recta vía, no caeré en la tentación, en el pecado de pervertir mi obra. ¿Acaso habría de prostituirla por ellos? (Mira hacia abajo con desdén, pronunciando “ellos” como si fuese una palabra repugnante.) Me mantendré fiel a mi arte y sólo a él: únicamente, a la belleza, a la rima y la métrica. No mancillaré mi sublime talento con las lágrimas, el sudor o la saliva; con vulgares fluidos corporales (Gesto asqueado.) Para qué perder el tiempo describiendo sus sufrimientos, fatigas o pasiones: todo cosas sucias, efímeras y de poco beneficio. ¿A quién gusta escuchar las miserias ajenas? No harían más que desvirtuar la esencia del arte… ¡No! Moriré como un mártir: incomprendido, pero santo (Alzando el mentón orgulloso.) No me dejaré infectar por ese mal que quiere ver en el escritor un profeta o un mesías; una voz para el pueblo y sus desgracias, para sus esperanzas e ilusiones. No seré yo quien me sacrifique por cosa tan insignificante. Sus vicisitudes no son más que un becerro de oro. No adoraré ese falso ídolo. No he de perder un solo minuto de mi valioso tiempo relatando sus despreciables vidas. Ni una sola de mis preciosas palabras, en contar sus modestas historias (A medida que ha ido aumentando su seguridad, cargándose de sus razones, recitando cada vez más veloz y vehemente, furioso, mientras aprieta los puños y parece querer descargarlos contra quienes lo importunan tan desconsideradamente. Una vez calmado de nuevo, sigue inventando mundos artificiales y artificiosos, textos áridos y estériles como el desierto. Nada de cuanto sucede en ese otro mundo, a decenas de metros por debajo, distrae su atención –centrada en el propio ombligo–, nada le aparta de las palabras ampulosas y vacías. Él, refugiado en su particular Olimpo, está dispuesto a no dejarse tentar por la vida que discurre ante sus ojos. Y su voluntad –o su impudicia– es tan fuerte que resiste impasible ante las peores injusticias.) Los cuerpos despedazados en estériles batallas, los niños torturados, las mujeres golpeadas, el hambre, la traición, el abandono... Desde aquí he visto todo. Y todo pasa sin dejar huella. ¿Por qué habría yo entonces de tomarme la molestia? ¿Por qué arriesgarme pudiendo llevar una vida tranquila? (Razona sereno con aire condescendiente, empleando el mismo tono con el que se suelen explicar sus errores a los inocentes niños: como queriendo justificarse ante su propia conciencia. El despiadado escritor asceta se siente muy satisfecho; por la noche escucha una voz que le llama, que le alaba y alienta. No alcanza a comprender el miserable que, lejos de ser un elegido, vive ya condenado; pues no obedece a un designio superior, sino a su demoníaca soberbia. Mira una vez más desde su atalaya pétrea hacia abajo, asqueado. Incapaz de eludir esa sórdida imagen que se ha convertido en el pan de cada día, se ata un pañuelo sucio alrededor de la cabeza. Y así, con los ojos vendados, toma de nuevo cálamo y pergamino para seguir escribiendo incansablemente sus palabras huecas.)
Salomé Guadalupe Ingelmo 
Premio Especial de Soliloquio Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción “F.G.C ” 2012



Mas líbranos del mal, ha sido publicado en Picoscópico, Antología de los textos premiados en el Concurso Internacional de Microficción Dramatúrgica Hiperbreve “F.G.C ” 2012, Cuadernos de las Gaviotas número 96, Ediciones Comoartes, Madrid/México D. F. 2012, p. 37

La tentación de San Antonio, Salvador Dalí

Para escuchar a Mercedes sosa interpretando Galopa Murrieta

RITUALES DE PURIFICACIÓN


SACRIFICIO
EL EVANGELIO SEGÚN PONCIO PILATOS

Aguas, llevaos todo lo que de pecado haya en mí
ritual hitita de purificación RV 1.23.22 (=10.9.8)

Lava mis culpas/ no sólo mi cara
inscripción en una fuente griega (Antología Palatina XVI 387 c. 5)

            “Se ha instalado en tu cerebro como una planta venenosa, como un parásito que se alimenta de ti. No puedes seguir viviendo así. Mira en lo que te has convertido. Pareces una sombra, un espectro. Ese tío te ha robado la ilusión durante demasiado tiempo, despojándote de todo cuanto tenías: te ha ido matando poco a poco, silenciosamente. No puedes permitir que lo siga haciendo incluso ahora. ¡Por el amor de Dios, reacciona! Aún eres joven... Debes hacer algo, antes de que sea demasiado tarde y ya no logres reconstruir tu vida.”


            Llueve. Como si el cielo, solidario, hubiese presentido que ese día ella necesitará una excusa con la que disimular sus lágrimas.

            De camino a casa, en el autobús atestado de personas que fingen no ver cómo llora en silencio, no deja de repetirse mentalmente las palabras de la amiga. En su confuso cerebro se agolpan imágenes en blanco y negro de rudimentarios rituales vudú, seguramente extraídos de alguna vieja película de infancia: alfileres agudos que se clavan en muñecos sin vida, en cuerpos sustitutos. Porque ella aún no está segura de poder afrontar el enfrentamiento cara a cara: no está segura de poder hacer lo que ha de hacer mirándole a los ojos.

Para cuando llega a su parada el llanto se ha secado. La decisión está tomada: debe deshacerse definitivamente de él. Cualquiera la exculparía. Cualquiera podría comprender que se trata sólo de un acto desesperado de legítima defensa. Sencillamente se dispone a lavar esa mancha, a borrar ese terrible error de su existencia.


            Él la mira sin pestañear, desde el fondo. Sus facciones, por lo general inalterables, surcadas por las trémulas ondas del agua. Cualquiera confiaría en que se desesperase, que rogase “no lo hagas”... Pero él, tan gélido e indiferente como siempre, ni se inmuta. Perfectamente peinado, irresistible como de costumbre. Se limita a mirarla de frente, con los ojos muy abiertos, a través del agua. De su boca mentirosa, por una vez, ninguna excusa peregrina sale: no escapan siquiera burbujas de aire.

            Curiosamente no siente ningún remordimiento. No siente nostalgia, no siente dolor. Ese hombre le ha arrancado tanto, le ha dejado tan poco que, sencillamente, ya no siente… Sólo, un reconfortante alivio. Finalmente.

Entonces comprende que está preparada para la despedida. Lo mira por última vez a los ojos y aprieta el pulsador. El liberador estruendo arrastra lo que queda de él. Por fin, definitivamente, fuera de su vida. Por fin, definitivamente, está donde se merece.

Borrón y cuenta nueva. De él ya no queda rastro alguno en la casa. Da finalmente por zanjado ese desagradable asunto, ese penoso episodio de su vida. Pero cuando está a punto de abandonar el baño, consecuencia de aquella frase que le repetía insistentemente su madre de niña o quizá fruto de las escasas lecciones de Religión a las que asistió antes de que sus padres optasen por la Ética, ella, la víctima, vuelve sobre sus pasos: de nuevo al lugar del crimen. Evitando mirar la taza del váter, por la que su última foto ha puesto rumbo a oscuras cloacas de olvido, abre el grifo del lavabo y lenta, meticulosamente enjabona sus blancas manos.


Han sido necesarios dos largos años. Dos largos años desde que él se marchó dando un portazo. Seguramente, a seguir amargándole la existencia a otra más joven e incauta, a otra más ingenua y complaciente. Han sido necesarios dos largos años, dos largos años mirando día y noche esa foto que ahora viaja hacia destinos ignotos. Lo único, a parte del dolor, que dejó en su vida. Dos largos años perdiendo el sueño y los jugos por un hombre que jamás la respetó, que nunca la había amado. Han sido necesarios dos largos años velando una imagen congelada, una ilusión, un espejismo… Han sido necesarios dos largos años, pero finalmente ella ha encontrado el valor para tirar de la cadena.  

Sacrificio: el evangelio según Poncio Pilatos ha sido publicado en Proyecto Venecia, Ediciones Pastora - Un café con literatos: Madrid, 2013, p. 12-15.

La muerte de Acteón, Tiziano


Para escuchar a Joe Cocker interpretando Unchain my heart

Para escuchar a Creedence interpretando Have you ever seen the rain? 

NO ES MONT-ORO TODO LO QUE NO RELUCE

La chicharra
Érase una vez un reino en el que al soberano le crecían los enanos cual jugador de baloncesto, tal vez, de balonmano.  Donde cada día se sacrificaban inocentes, lanzados a las fauces de los poderes oscuros –ríete tú de Sauron–  para saciar su infinita hambre: parados, niños, ancianos...
Érase una vez un sin dios en el que los hombres de bien, finalmente, supieron poner orden. Y vivieron felices comiendo perdices o, según las preferencias de cada uno,  cualquier otro producto cárnico –o no, que el pescado es igualmente respetable– libre de sospecha y de trazas de equino.
Vivir del cuento es amasar la amargura circundante, la realidad más desoladora y, con enorme esfuerzo y amor, convertirla en belleza plástica. Tal vez, con un poco de suerte, incluso en esperanza.
Vivir del cuento es recordar a nuestros semejantes que aún existe la magia. O recordarles que la magia se conquista y se reconquista cuando se empeñan en robártela; que es patrimonio de la humanidad y no de unos cuantos. Que hay otros mundos, pero están en éste. Y si éste te lo dejas arrebatar, después será demasiado tarde para lamentos. Vivir del cuento es, también, dar testimonio de la injusticia y espolear las conciencias cuando hace falta.
Porque el artista, aunque les pese a quienes nunca han entendido y difícilmente entenderán ya de pluralidad y democracia, es perpetuamente célibe; no se casa con nadie. No es un buen político. A veces, ni siquiera es diplomático. No le da una a Dios y otra al Diablo. Él elige quedarse en el Purgatorio, y procura aliviarle el descuento de la pena a los condenados. Tiene la manía de objetar. Deformación profesional: de corregir y poner los puntos sobre las íes en los cuentos mal redactados, aunque vengan de lo más alto. No da al cesar lo que es del cesar y a Dios, lo que es de Dios. Se siente tan Robin Hood como cristiano: de poder, le daría lo que es del césar al ciudadano.
El artista es y ha de ser un perro sin dueño, sólo con rebaño. Y únicamente a éste ha de deberse. De forma que morder la mano que pueda tirarle algún mísero hueso de vez en cuando, si es la de un pastor cruel para las ovejas, está justificado.
Qué buen siervo sería el artista, de tener un buen amo...
Por supuesto todo esto no es más que teoría. Porque ahora son ya tantos los que viven del cuento… La buena praxis ha caído en el olvido, y se mezclan churras con merinas. Cuando no es lo mismo un profesional de la palabra que un trilero. Los lobos con perdón de estos nobles cánidosse disfrazan de ovejas y, valiéndose de su superioridad en absoluto numérica, se resisten a enseñar la patita. Como si no nos hubiésemos percatado ya de que hay garras donde debiera haber pezuña.
No me extraña que la profesión esté perdiendo su bien merecido prestigio de antaño. Con esta competencia desleal e intrusión de torpes aficionados, el cuento se está malogrando. Ahora se lanza con violencia, cual dardo, desde púlpitos poco apropiados. En lugar de destilarse amorosamente sobre la entregada audiencia. El cuento sin amor y honestidad no es cuento sino otra cosa. No ha de confundirse la vulgar mendacidad con uno de los bienes culturales más preciados de la humanidad, con un género respetable y enriquecedor.
Por eso, los ministros a lo suyo y los escritores y demás profesionales de cualquier disciplina artística, a lo nuestro.
Como decía Miliki, había una vez… Sólo que éste ha perdido toda la gracia, y no nos alegra ya el corazón.
Reza el refrán que la cabra siempre tira al monte. Yo espero que no sea así; sólo me faltaba encontrar semejante espécimen en tan sacro santuario. O al menos, en la parte que otros compañeros de manada tengan a bien dejar sin privatizar.
Si Rodríguez de la Fuente levantara la cabeza…

El avaro,Bruck Lajos

Para escuchar a Eduardo Aute interpretando Siglo XXI

VOLVER AL AIRE


SI PLATÓN LEVANTARA LA CABEZA 
“Hallan anciano desnudo deambulando por una aldea de pescadores en las costas escocesas. En otra lengua asegura haber pasado 3000 años dentro de una ballena. Rodeado de sombras, decidió prescindir de los inútiles sentidos. Hasta que un día empezó a ver con la mente. El animal, entonces, lo liberó”. Próxima estación: Sol. Cierra el periódico; se prepara para abandonar el vagón de metro. Será regurgitado a la superficie. Tras el trabajo, engullido de nuevo. Le cuesta creer la noticia: ¿por qué querría abandonar el hombre esa confortable caverna? A él no se le ocurre ninguna razón. ¿Tiene alguien una idea?
Salomé Guadalupe Ingelmo

Finalista del Premio Internacional de Cuento Hiperbreve Enigmático “F.G.C  ” 2012

(Si platón levantara la cabeza ha sido publicado en Pupilas de unicornio, Antología de los textos premiados en el Premio Internacional de Cuento Hiperhiperbreve “F.G.C  ” 2012, Los Cuadernos de las Gaviotas número 89, Ediciones Comoartes, Madrid/México D. F. 2012, p. 77)

Dédalo e Ícaro, Domenico Piola

Para escuchar a El último de la fila interpretando Canta por mí,
especialmente dedicado a Roger Dautais (Le chemin des grands jardins)
    

UN DESTELLO


DNA vs. DNI
                            A un bombero anónimo

Un hombre resiste aún
en pie,
alzado
sobre su conciencia.
Objeta
de las objeciones
que ofenden a la decencia.
Prefiere, antes que la ignominia,
sufrir las consecuencias.
Un hombre recuerda aún
que fue
un hombre
tira al suelo
la venda:
mira a lo lejos
y ve.
Y vuelve la espalda
a la caverna.
                                                                                               (S. G. I., Madrid, 18 de febrero de 2013)

Caridad romana, Rubens

Para escuchar a Elton Johnes interpretando Believe


NACER ENTRE ALFILERES



ÁNGEL Y CUSTODIO
     El mundo: esa habitación. Colorear, su único pasatiempo. Entró siendo niña y, esposada al radiador, ha ido creciendo. Gracias a la brutalidad y el encierro, cada vez más sumida en su deficiencia de nacimiento. Frankenstein siempre vigila, pero el puntiagudo bolígrafo podría acabar con la pesadilla: ¿matar al monstruo o quitarse la vida? Es su único cuidador… Vacila. Sin él morirá de hambre. Con él, de palizas. La llave gira en la cerradura; ya llega la comida…
     Al día siguiente, en la sección de sucesos: “Caso de parricidio. Encontrado un cuerpo”. Sin más detalles: ni grande, ni pequeño....
Salomé Guadalupe Ingelmo

Premio de Cuento Enigmático Hiperbreve en el Concurso Internacional de Microficción  “F.G.C  ” 2012

(Ángel y custodio ha sido publicado en Pupilas de unicornio, Antología de los textos premiados en el Premio Internacional de Cuento Hiperhiperbreve “F.G.C  ” 2012, Los Cuadernos de las Gaviotas número 89, Ediciones Comoartes, Madrid/México D. F. 2012, p. 77)


Ilustración de Nicoletta Ceccoli

Ilustración de Nicoletta Ceccoli


Para escuchar a Pink interpretando Fucking perfect 
https://www.youtube.com/watch?v=nUMqRq_4bwE
 

TENERLOS O NO TENERLOS

ASTERIÓN NO TIENE CASA 
      Siete de julio: le esperan. Viste de blanco resplandeciente. Al cuello, pañuelo rojo sangre: invitación para el redentor bronce. El hombre querría volver a casa tras la oficina, cenar apaciblemente con su familia. Pero él no tiene hogar sino laberinto… El animal, encelado, sólo desea embestir, consumar el sacrificio. Si no el propio, uno ajeno. Se debate: instinto o conciencia, rebelión o mansedumbre... Alguien lo imaginó así, dividido, hace siglos. ¿Será posible reescribir el sino? Soy Asterión, el minotauro. Encerrado en mi prisión sin cerradura, indago sobre mí mismo… Y me pregunto qué naturaleza veis vosotros al mirarme: animal, hombre... 
Salomé Guadalupe Ingelmo

Finalista del Premio Internacional de Cuento Hiperbreve Enigmático “F.G.C  ” 2012

(Asterión no tiene casa ha sido publicado en Pupilas de unicornio, Antología de los textos premiados en el Premio Internacional de Cuento Hiperhiperbreve “F.G.C ” 2012, Los Cuadernos de las Gaviotas número 89, Ediciones Comoartes, Madrid/México D. F. 2012, p. 77)
  
Minotauro tirando de un carro, Picasso (1936)
Para escuchar a Serrat interpretando Del pasado efímero

PRELUDIO




Confeti sobre lápida anónima

                                                                     Para F.J.L.B. y cada Juan Sin Tierra

Lluvia de colores
sobre tu tumba silenciosa:
obscena siembra
la guadaña poderosa.
No probarás sus frutos:
sobre tus espaldas,
cosecha impropia.

No lo lloréis;
sólo finge,
bajo la pesada losa.
Duerme, recuperando fuerzas,
hasta la primavera
próxima.

Regresarás un día imprevisto
en un capullo,
en una hoja.
Encontrarás eco en otra voz.
Y en otra
y otra.
                                                                    (S. G. I., Madrid, 8 de febrero de 2013)

La sangre de los mártires revolucionarios fertilizando la tierra (fresco),
Diego Rivera


Para escuchar a Víctor Jara interpretando Juan sin tierra


Para escuchar a Dead can dance interpretando The wind that shakes the barley

Para escuchar a Neil Finn interpretando Song of the Lonely Mountain(BSO El Hobbit)



CON EL SUDOR DE QUÉ FRENTE


7:30 de la mañana, un hombre de Cro-Magnon avanza aún somnoliento por la tundra en busca de caza. Entre tanto, su parienta y los niños recogen bayas y lagartijas. No muy lejos de allí, apenas cuarenta mil años después, el mismo Homo sapiens, trajeado y afeitado, se dirige hacia la oficina. Deducción: sólo se puede llenar la cesta de la compra trabajando. Al menos desde que el Señor nos expulsó del Paraíso, condenándonos a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Y es que, aunque el trabajo dignifica a la persona, también puede convertirse en una maldición.
Corríamos tras un filete en el Paleolítico y lo seguimos haciendo ahora, aunque el de ahora te lo den en bandeja termoformada y en nada recuerde al animal del que –quiero seguir creyendo, porque dados los últimos experimentos para obtener carne a partir de células madre…– ha sido extraído. Ciertamente entonces la empresa se revelaba difícil, pues el mamut se resistía. No obstante no me parece que tras la subida del IVA el acceso a la ansiada supervivencia vaya a ser tarea fácil.
Pero volvamos a los grupos de cazadores de la Prehistoria. Una cosa les aseguraba el éxito: la colaboración, actuaban en bandas y por ello lograban su objetivo. Hoy el “cazador” se me antoja mucho más solitario. Y sospecho que el mundo en el que vive y trabaja fomenta de modo voluntario y nada inocente ese aislamiento. El grupo ya raramente está presente en el ocio, pero tampoco lo está demasiado en el trabajo. Pocos son los que saben trabajar realmente con los demás; la colaboración perece a manos de ese mal entendido individualismo que hemos ido sobrealimentando en las últimas décadas.
Nuestros antepasados no estaban especializados; cada miembro del grupo era capaz de desempeñar todos los trabajos necesarios para sobrevivir. En una economía de supervivencia, donde no hay excedentes y es imposible acumular riquezas, sólo cabe la igualdad social. El salto cualitativo en el mundo laboral comienza con la división del trabajo y culmina cuando aparecen intermediarios: cuando a alguien se le ocurre vivir del trabajo de los demás. El usufructuario del propio esfuerzo no es ya uno mismo sino otra persona que nos paga en dinero por ello. Introducimos por tanto un concepto nuevo, el de dinero, que comienza a disociarnos de nuestro propio trabajo. El sistema se perfecciona con la Revolución Industrial y el modo de producción capitalista: el trabajo se compra, se ejecuta a cambio de un salario, y unos pocos, los capitalistas, se convierten en inversores y obtienen beneficios de ese trabajo que no realizan en primera persona. Es aquí donde entra en juego el concepto de plusvalía al que tantas vueltas le dio Marx.
Curiosamente la crisis podría tener el efecto positivo de devolver a los trabajadores la conciencia de clase, de recordarles su naturaleza gregaria. La desesperada circunstancia podría servir como revulsivo para potenciar la solidaridad entre sectores laborales, incluso entre aquellos por tradición –o pernicioso vicio– más gremiales. Porque la situación actual a todos –o casi– nos afecta, y en buena medida nos iguala.
Trabajar nos permite subsistir y por tanto el valor del trabajo es incalculable: tenerlo o no tenerlo puede significar la diferencia entre una vida más o menos holgada y la indigencia e incluso la muerte. Ahora bien, el trabajo también debería enriquecernos de otros modos; también debería servir para realizarnos. Y es aquí donde nuestra sociedad falla, dado que sólo una pequeña parte de afortunados parecen sentirse bien y crecer personalmente mientras lo desarrollan, de modo que al final el trabajo se convierte sólo en un trámite necesario para obtener dinero: en una verdadera maldición bíblica. La felicidad queda relegada al tiempo de ocio. Pero curiosamente un sistema que prima la competitividad y nos llena de falsos espejismos de éxito –habría que discutir en qué reside el éxito realmente– o de expectativas materiales que sólo se alcanzan comprándolas, nos deja cada vez menos tiempo para el asueto.
Los pequeños grupo de cazadores-recolectores del Paleolítico trabajaban lo estrictamente necesario para subsistir. Una vez alcanzadas las necesidades se daba paso al ocio. La tribu se reunía y escuchaba historias a la luz del fuego, se jugaba con los niños. Hoy la gente permanece aislada frente a la TV, y cuando comparte con sus semejantes espacios, a menudo se aísla igualmente: mediante la oscuridad y el silencio en los cines o mediante las cegadoras luces y el ensordecedor ruido en las discotecas. Como apuntábamos antes, el hombre parece haber olvidado que es un ser gregario, dentro y fuera del trabajo.
Cuando salimos a buscar el pan ya no es posible topar con tigres dientes de sable; los únicos colmillos son los del jefe o los del banquero que nos ofreció la hipoteca. Sigue siendo un paisaje hostil e insidioso, aunque sospecho que la lucha entonces no era más desigual sino más leal. Los paleontólogos, basándose en el estudio de los restos óseos, no albergan ninguna duda: nuestros antepasados vivían mucho menos. No seré yo quien lo rebata. No obstante a veces me pregunto si no lo harían más felices. Al menos ellos sabían qué posición ocupaba en sus vidas el trabajo: sabían delimitarlo y usarlo en su propio beneficio, no se dejaban fagocitar por él.
Algunos grupos étnicos minoritarios, por ejemplo en el Amazonas, siguen manteniendo sistemas económicos muy similares a los de nuestros antepasados; no optan por el crecimiento y acumulación constante que están llevando al agotamiento de los recursos naturales del planeta, sino por la respetuosa convivencia con el medio. Nosotros reducimos sus espacios vitales, esos que ellos explotan de forma sostenible desde hace siglos, y los denominamos salvajes. Es cuestión de opiniones. A mi me parece más bien un caso muy similar al de la zorra y las uvas. Sentirnos superiores nos reconforta de camino al trabajo en el pequeño utilitario del que aún nos quedan letras por pagar o en los transportes públicos abarrotados. Mientras, las insaciables fauces se abren un día más…
                                                                  S. G. I., Hervás, 20 de septiembre de 2012 


Expulsión del Paraíso, Cosme Proenza Almaguer

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