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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

ALICIA SE MIRA EN EL ESPEJO

Escritora española, ensayista española, crítica literaria, escritores de terror, escritores de ciencia ficción, escritores de literatura infantil, escritores de microrrelatos,  Salomé Guadalupe Ingelmo, Ángel Ganivet, Concurso Literario Internacional Ángel Ganivet, Concurso Literario Ángel Ganivet, Concurso Ángel Ganivet, Premio Ángel Ganivet, Certamen Ángel Ganivet
Tentación (retrato de Salomé Guadalupe) por Alejandro Cabeza



CONSEJOS A UNA BELLA DURMIENTE
Te ofrezco el fruto madurado con dolor,
a base de golpes engordado.
A pesar de todo,
es dulce y no amargo.
Come de él sin temor;
no es elixir de muerte sino de vida.
No te marchites esperando un beso liberador.
Que te encuentre consciente,
despierta,
si ha de llegar el príncipe 
algún día.
                                                                                        (S. G. I, Madrid, 1 de agosto, 2013)



ALICIA SE MIRA EN EL ESPEJO

Sobre el escenario, un ambiente angosto, un pequeño cuarto abierto hacia el público en  cuyas paredes, forradas desde hace demasiado tiempo con un sombrío papel gris, se  advierten desgarrones y ampollas provocadas por las humedades. También, cercos de  salitre  con forma vagamente humana: fantasmagóricas apariciones de aciagos rostros. En  el fondo del escenario, en sentido transversal, unas barras atraviesan, a la altura de la cabeza, el reducido espacio. De ellas cuelgan algunos trajes de chaqueta austeros, de corte siempre estricto, en tejidos tupidos y pesados. Invariablemente, oscuros. Con falda recta y larga por debajo de la rodilla, como parecería corresponder a una mujer de mucha más edad. Trajes, en definitiva, sin ningún atractivo. Escondido entre ellos y  olvidado  por todos, desambientado y excluido, marginado y melancólico en un ángulo apartado, se marchita por momentos un único vestido juvenil con flores otrora multicolores  que parecen agonizar en ese hábitat cerrado y hostil. Un vestido primaveral de gasa, escotado y cortísimo, como los vaporosos vestidos estampados que solía llevar antes de conocerle.
Detalle a detalle el público va comprendiendo que la protagonista se encuentra recluida dentro de un armario ropero, una suerte de zulo sórdido y triste del que ella no tiene la llave...


PARA LEER LA TOTALIDAD DEL MONÓLOGO, DESPLEGAR LA ENTRADA



 


Alicia se mira en el espejo, Ediciones COMOARTES, Colección Los Libros de las Gaviotas 25, Madrid / México D. F., 2013-08-02


© Salomé Guadalupe Ingelmo / De esta edición: Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES) Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE) Director General: F.G.C
Asesora General: María Amada Heras Herrera
Director Ejecutivo: José Víctor Martínez Gil
Directora de Relaciones Internacionales: Mayda Bustamante Fontes
Directora de Extensión Cultural: Concha de la Casa.
Madrid / México D. F., 2013 / ciinoe@hotmail.com

Derechos reservados. Se autoriza el reenvío sólo por correo electrónico como archivo adjunto PDF.
Se autoriza a las bibliotecas a catalogarlo para el público.




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Monólogo inédito de Salomé Guadalupe Ingelmo (España) escrito a petición de  F.G.C y para Ediciones COMOARTES. La historia de solicitar monólogos a dramaturgos y dramaturgas, y a otros escritores, de prestigio comenzó hace mucho… A fines de los años setenta y desde la profunda admiración de muchos años de  F.G.C   por la obra dramatúrgica de Nicolás Dorr y por este creador, así como desde la amistad que los ha unido –y une–, y luego del impacto y extraordinario éxito de La chacota en el Teatro Martí, F.G.C   propuso a Nicolás si desearía escribir el monólogo del personaje de Lolita para dirigírselo y estrenarlo en La Peña de Los Juglares en La Habana (con la misma intérprete original: la actriz Margot de Armas) e incluirlo en una antología que preparaba (y para la que fue una de las piedras de toque: Monólogos teatrales cubanos, Editorial Letras Cubanas,
1989, una de las más importantes del mundo en su género). Así nació, y desde La chacota, el renombrado (y primer) monólogo de Nicolás Dorr, Yo tengo un brillante, dedicado por el autor a F.G.C  y a Margot de Armas al ser posteriormente editado. A continuación  F.G.C   solicitó lo mismo a otro creador que admiraba y admira: Eugenio Hernández Espinosa y respecto a un personaje secundario de su premiada obra La Simona, y así nació La Machuca (dirigida por F.G.C igualmente a Margot de Armas para La Peña de Los Juglares y teatros). A partir de ese momento y para que la Antología en preparación pudiera ser realidad, F.G.C  solicitó monólogos expresamente a decenas de dramaturgos y escritores de narrativa con cuentos en primera persona. Más de treinta años después, el hoy Director General de la CIINOE y de Ediciones COMOARTES, Distinción por la Cultura Nacional y Premio Iberoamericano de Teatro “Ollantay”, y el ahora condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y la Medalla “Alejo Carpentier”, Nicolás Dorr, volvieron a unir sus nombres en una edición que respondió a la petición de F.G.C  de un monólogo inédito para publicarlo junto a la entrevista realizada al dramaturgo en el 2010 y entonces difundida. La petición de F.G.C  expresaba la posibilidad de que se tratara no sólo de un inédito sino de un texto no creado aún o de uno sustancialmente nuevo, uno vuelto a ser creado en relación a alguno ya existente, y Dorr decidió, para F.G.C  y Ediciones COMOARTES, volver a dar vida al texto que se publicó, modificando el original y destruyéndolo –según sus propias palabras–. Ésa ha sido la historia de la reciente edición de: Desde el sótano en Los Libros de las Gaviotas 16, 2012. Por ese camino, a petición, fueron creados y editados en esta Colección y otra: Conversación con Pablo, de Sara Joffré (Perú), Bel La Bella, de Antonia Bueno (España), y La luna y el pozo de Mar Pfeiffer (Argentina), reconocidas mujeres de la escena, y ahora, de la igualmente  talentosísima  Salomé  Guadalupe Ingelmo  (España, escritora de una generación más joven): Alicia se mira en el espejo, cincelado y clamoroso alegato contra la violencia de género, de la denuncia y del compromiso, de la belleza y de las múltiples significaciones, que se inserta en esta historia para añadir una columna dramatúrgica poderosa y convocante.



ALICIA SE MIRA EN EL ESPEJO

 
Sobre el escenario, un ambiente angosto, un pequeño cuarto abierto hacia el público en  cuyas paredes, forradas desde hace demasiado tiempo con un sombrío papel gris, se  advierten desgarrones y ampollas provocadas por las humedades. También, cercos de  salitre  con forma vagamente humana: fantasmagóricas apariciones de aciagos rostros. En  el fondo del escenario, en sentido transversal, unas barras atraviesan, a la altura de la cabeza, el reducido espacio. De ellas cuelgan algunos trajes de chaqueta austeros, de corte siempre estricto, en tejidos tupidos y pesados. Invariablemente, oscuros. Con falda recta y larga por debajo de la rodilla, como parecería corresponder a una mujer de mucha más edad. Trajes, en definitiva, sin ningún atractivo. Escondido entre ellos y  olvidado  por todos, desambientado y excluido, marginado y melancólico en un ángulo apartado, se marchita por momentos un único vestido juvenil con flores otrora multicolores  que parecen agonizar en ese hábitat cerrado y hostil. Un vestido primaveral de gasa, escotado y cortísimo, como los vaporosos vestidos estampados que solía llevar antes de conocerle.
Detalle a detalle el público va comprendiendo que la protagonista se encuentra recluida dentro de un armario ropero, una suerte de zulo sórdido y triste del que ella no tiene la llave.
Un foco se centra en este reducido espacio, en la mujer que lo ocupa: delgada, de unos treinta y cinco años pero prematuramente avejentada por la palidez y las ojeras, que resaltan unos enormes ojos preferentemente negros. Permanece tendida en el suelo, apoyada sobre su cadera y sostenida únicamente por uno de sus fibrosos brazos, frágiles sólo en apariencia. Más allá de las paredes, la oscuridad. Súbitamente, de la misma, se escucha provenir un débil rumor de pasos.
La mujer, que hasta el momento, ausente, sojuzgada por la fuerza de la gravedad, por esa ineludible atracción que el suelo ejerce ahora sobre ella, mantenía la cabeza gacha, alza la  mirada hacia el público. Aguza el oído. Muestra un cierto nerviosismo, incapaz de disimular una incipiente impaciencia.



PRISIONERA:

Hola, ¿hay alguien ahí? (Pausa. Conteniendo la respiración, a la espera de una respuesta.) Si estás ahí… (Duda, como si le costase terriblemente acabar la frase; como si acabarla supusiese una enorme lucha interior. Probablemente, una derrota: otra derrota), habla conmigo. (Por fin, suplicante.) No me importa lo que digas, pero habla. (Pausa. Ya no titubea. A partir de ahora, con dignidad y aplomo, sin que la voz le tiemble o denote debilidad un sólo momento.) Únicamente necesito escuchar a otro ser humano. Para saber que aún estoy cuerda. Y que sigo siendo una persona. Habla, por favor. (Con una cadencia imperturbable y mecánica. Sin mostrar emoción alguna: en realidad no se trata de un ruego  improvisado, sino de un guión impuesto y, finalmente, aprendido.) Me comportaré bien. Seré  dócil como tú quieres; seré buena. Pero no me dejes sola en esta oscuridad. Seré exactamente como tú quieres que sea…, si me sacas de esta celda. No intentaré escapar, lo prometo. Pero déjame oír tu voz. Necesito saber que no sólo existen las de mi cabeza.
Por única respuesta, un sonido seco: una pequeña trampilla se abre bruscamente en el lateral del armario que conduce a esa otra dimensión de su matrimonio, ésa que nadie más que ella conoce. Un plato de metal abollado y deslucido por el mucho uso es empujado desde la oscuridad por una mano invisible. Se desliza con violencia por el suelo hasta chocar contra la  rodilla de la mujer, que en ningún momento ha cambiado de posición. Su contenido, una suerte de gachas o papilla espesa de un poco atractivo color pardo, salpica ligeramente el atuendo de la cautiva, una túnica basta de tela de saco, como un cilicio, que ya luce aquí y allá manchas similares resecas, recuerdos de otros festines precedentes.
Otra vez el mismo plato de siempre. (Con evidente hastío.) Una y otra vez… el mismo plato. Sueño con este plato cada noche. Y cuando despierto, es este plato, este plato que con certeza sé que ha de llegar un día más, lo primero que veo al abrir los ojos. Lo veo con los ojos cerrados y con los ojos abiertos; dentro y fuera de mi mente. Siempre el mismo plato. El mismo plato frío, ofrecido un día tras otro. La náusea me invade cuando pienso en su contenido, regurgitado por ti una y otra vez como  si fuese la primera. (Pausa. Admite su desgracia sin gesticular, sin descomponerse: con una serenidad sobrecogedora que sólo puede ser fruto de la más absoluta ausencia de esperanza.) Pero aun así…, al final, trago. Trago cerrando los ojos y fingiendo que el sabor no me resulta familiar. Trago sorbiendo las lágrimas junto con el orgullo. Trago para hacer pasar el amargo sabor de la pastilla; para que ésta se confunda con la amargura de tu bilis. Para camuflar la verdadera desgracia con otra un poco más cotidiana e irrelevante. Trago por costumbre y tedio. Por no escuchar. A veces, por escucharte. Porque aquí dentro no hay nada más que hacer. Trago como penitencia: para castigarme por mis pecados. Por mis pasados errores, por mi falta de cautela y previsión. Trago para descontar la pena. O para contarla. Trago diciéndome que  lo hago para retrasar el desenlace. Aunque sé que, en realidad, seguramente lo esté  acelerando. Por ver si tocando fondo llega finalmente la manumisión o, en su defecto, más probablemente, la liberadora muerte. (Pausa. Sombría.) Ya no hay vuelta atrás. Las cartas están dadas. Y yo no tengo nada que hacer en esta mano.

Con una mueca de aversión en los labios, venciendo la inicial cautela y su posterior repugnancia, la protagonista finalmente introduce una mano a modo de improvisada cuchara en el plato. Se agacha dispuesta a llevarse el poco atractivo contenido a la boca. Pero a mitad de camino se detiene. Algunos grumos caen de nuevo a la modesta vajilla. Parece haber cambiado de opinión. Súbitamente, mientras contempla la ración del día, sus ojos comienzan a humedecerse. La barbilla le tiembla, pero ella contiene el llanto. Que no se sabe bien si de tristeza o de impotencia.

¡Hambre! Tengo hambre. (Estalla en un inusual acceso de ira. Su voz va abandonando la  habitual resignación y adquiriendo seguridad. Se advierte incluso rabia.) Hambre de todas esas cosas que nunca podré volver a saborear. Tengo siempre hambre. Pero cómo no he de tenerla si vivo desde hace siglos en la miseria, en la indigencia. Despojada por tu codicia, que sólo sabe compartir las sobras, lo ya caducado y podrido. Tengo hambre de todos los manjares que tú, mezquino carcelero, eres incapaz de ofrecer. (Pausa. Ahora, más  calmada. Resuelta. Irguiendo con olvidada dignidad la cabeza.) Tengo hambre, pero aun así no comeré ni un día más esta bazofia, este simulacro de alimento. Tengo hambre y, precisamente por eso, no comeré de nuevo las sobras que me ofreces. No bastan ya para saciarme.

Lanzando con furia contra el plato los restos de papilla que todavía le quedan entre los dedos. Limpiándose sobre su uniforme carcelario.

¿Por qué he tragado? (Confusa, llevándose la mano al rostro. Quizá, avergonzada. Por primera vez se le quiebra la voz; pareciera al borde del llanto.) ¿Por qué he tragado durante tanto tiempo?

Se descubre la cara bruscamente, con determinación; ella no tiene nada que esconder. De nuevo, firme y serena.

No. No seguiré callando. Ni un bocado más. No comeré otra vez el plato que me sirves frío. Sólo por vengarte de ese mundo que presuntamente tan mal te trata, y al que tú nunca has tenido el valor de enfrentarte. Únicamente sabes hablar. Fanfarronear a escondidas. Eres un pusilánime, un vulgar cobarde.

Se pone en pie y se acerca al borde del escenario, al público. Cuenta su historia con aire distraído, como si fuese incapaz de doler: como si narrase la vida de un extraño.

Yo era joven e inexperta, apenas una niña. Corrí tras el deslumbrante conejo blanco. Pero la bestia resultó tierna y pura sólo en apariencia, sólo por fuera


(Evoca mientras una única lágrima, solitaria y furtiva, escapa inadvertidamente.) Tenía tanta prisa por crecer…, por alejarme de mi casa…, que no miré por dónde andaba. Me metí tras él en el agujero pensando que sería una acogedora madriguera. Y se reveló,  sencillamente, un agujero. Un agujero oscuro y gélido. Él me llamó con su patita de conejo y yo le seguí. Creyendo que, como la de todos los conejos, era una pata de la suerte. Y la suerte fue para él. Pero no para mí. (Pausa.) Una vez comenzado el descenso por el pozo, ya no hubo freno. Aún sigo cayendo. Todavía hoy en día me pregunto si tocaré fondo. Estamparse definitivamente sería un alivio. Pero siempre parece haber otro nivel, uno inferior y más frío, en este infierno. (Pausa.) Atravesé el espejo y encontré un mundo invertido y perverso: nada era lo que parecía. Yo jamás tenía la respuesta acertada para la oruga prepotente. Nunca salía con bien de tus acertijos e intrigas. Tanto me interrogaste que ya no sabía ni quién era. Justo como tú querías. (Pausa.) Una cruenta partida de ajedrez en la que puede quedar sólo uno. El otro ha de perder la cabeza. “Sí, ¡que le corten la cabeza!”, gritabas. “No habrá nadie más alto que yo en este reino”, exigías. Rey sin corazón, al principio aún disimulabas haciéndote pasar por ti y tu gemelo: el poli malo y el poli bueno. Jugabas, gato esquivo del que a menudo sólo podía ver la afilada sonrisa llena de dientes, conmigo. “Mi ratoncito”, me llamabas… Y yo entonces aún no entendía. Y cuando finalmente comprendí, decidí sumirme en un letargo artificial: dormir. Sólo dormir. Convencida de que si un día despertaba, inmediatamente moriría. Dentro del capullo, inmóvil, fingiendo ser una larva ciega y muda, perdí las alas; pero al menos conservé la vida. (Pausa.) Por llamarle algo. (Pausa.) Adiós para siempre a la Reina Blanca: a su lozanía, a su ingenuidad primera. Ya sólo cabe el rojo. Y yo me veo empujada, arrastrada, arrojada a la casilla equivocada. A la que no quiero ir. Me veo absorbida por el agujero negro... (Pausa.) No hay príncipes o caballeros, ni blancos ni azules, a la vista en el horizonte. Sólo el horrible pozo sin fondo. Que nunca acalla su hambre. Desaparecí entre tus fauces. De mí, sólo un eructo. Ni las gracias me diste. (Se golpea la sien repetidamente con la palma de la mano) ¡Cabecita loca! ¡Muchachita inquieta! ¡Necia! (Pausa.) Engullí de golpe la amarga pastilla. Roja. Roja como una obscena Amanita muscaria, como un hongo alucinógeno, como una manzana envenenada... Como un semáforo cuya advertencia nunca debí desoír. “Quien avisa no es traidor”, dicen.  Pero eso es sólo un dicho. Me enturbiaste el alma; me intoxicaste  la mente. ¡Estúpida muchacha inconsciente! ¡Cabeza de chorlito! ¡Mocosa sin experiencia! (Pausa.) Me asesinaste. Me asesinaste sin remordimiento ni conciencia mientras corrías despreocupada hacia la boca entreabierta. (Pausa.) Engullí de golpe la amarga pastilla y, de repente, la casa se me quedó estrecha. Las paredes, apretándome por todas partes. Y busque y busque por todos lados, registrando los escondrijos en los que podrías haberla escondido. Pero no logré encontrar el antídoto, esa otra píldora que me devolviese a la infancia y la inocencia. Ni rastro de la ilusión perdida. Y desde entonces aquí sigo: atascada, atorada en un mundo y un cuerpo que ya no son los míos. (Larga pausa.) Despierto y el dulce ha sido sólo un sueño. De la tarta nupcial, ni siquiera las migas. Me reprochas cada día la ausencia, pero ¡¿cómo habría podido mecer un bebé en mis brazos?! Si yo sabía que, inevitablemente, se habría convertido en un cerdo.

Con dificultad, arrastrando los pies pesadamente, como si la mujer tuviese muchos más años de los que le corresponden o como si acarrease unos grilletes invisibles, avanza por el escenario y se coloca frente a un espejo de cuerpo entero que ocupa uno de los lados del armario. La actriz muestra su perfil al público. Los hombros,  caídos. Los brazos, inertes a lo largo del cuerpo. No parece quedar una pizca de energía  en  ella. La mujer se resiste a mirarse. Aparta los ojos del espejo con una mezcla de  compasión y vergüenza. Vergüenza y compasión por esa extraña en la que se ha convertido. Tímidamente, venciendo el pudor, comienza a espiarse de reojo, lanzando ojeadas furtivas a la superficie fría e inmisericorde. Hasta que, finalmente, encuentra el coraje de aceptar la realidad y enfrentarse a su imagen.

(Musita.) “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”[1]. (Con resignación.) Ajada. Ajada
antes de tiempo. (Pausa.) Pero un día no será suficiente. Yo sé que un día no te conformarás con esto. Irás cada día un poco más lejos, ganando terreno discretamente, furtivamente. Tomando posiciones en este campo de batalla en el que yo nunca he tenido trincheras donde esconderme. Porque, estúpida de mí, aún no había entendido que estaba en guerra. Avanzarás siempre un poco más, ya has comenzado a hacerlo. Hasta que  un día ni siquiera consideres mi mente conquista suficiente. Sólo saber que aún respiro, te enojará. No podrás perdonarme por ello. No te bastará con saborear mi desdicha; querrás  también mi sangre.

Se agacha. De una pila de libros, recoge uno. Sin dejar de mirarse al espejo, solemnemente, comienza su ritual. Despacio, arranca una página del libro de poesía, la arruga y la mete en su boca. Rumia los versos que en otro tiempo la hacían sentir libre y ligera. Mastica no con apetito y fruición, sino con delicadeza y disciplina. Regueros negros surcan su rostro sin que las facciones de la mujer se alteren. Llora sin aspavientos, como quien ha asumido ya su destino. Llora y sus lágrimas arrastran el rimel de sus ojos. Quizá, la tinta de esos versos que la han salvado de la inanición.

Queman. Antes parecían el sol y ahora… sólo parecen fuego. Queman porque tienen un  sabor familiar y, al tiempo, lejano; los reconozco a duras penas. Queman porque ellos no han cambiado y, por eso, me recuerdan lo mucho que he cambiado yo.

Devuelve el libro al montón y dirige su mirada hacia el vestido floreado que vive en el ostracismo. Alarga tímidamente la mano hacia él. Asustada, como si temiese no merecer ya su tacto, la retira antes de llegar a rozarlo. Pero es innegable que la primavera aún la atrae: no deja de mirarlo con adoración. Finalmente descuelga la percha y se la coloca delante, probándose el vestido por encima. Desplegando la falda para poder admirarlo mejor. Por un momento sus ojos brillan de nuevo.

(Al principio, con un vestigio de orgullo que pronto se apaga.) Yo era… (Sonríe melancólicamente y acaricia el vestido, alisándolo sobre su cuerpo. La tristeza y la resignación empañan sus ojos otra vez.) Yo fui. (Pausa.)

Se produce un cambio en la actriz, que al retomar su discurso recita con una creciente pasión. Con la barbilla de nuevo alta.

Pero aprenderé a conjugar los verbos nuevamente: yo seré. (Pausa.) Seré de nuevo. Volveré a ser. Con más energía aún que antes. Con la fuerza que otorga la desesperación, con la que otorga la sorpresa de otra oportunidad. Una nueva e inesperada, que también podría revelarse la última. Rebrotaré. Rebrotaré con la impaciencia y el vigor que concede el largo invierno.

La actriz, ante el espejo, sin dudarlo, convencida ya de estar recuperando algo que sencillamente le pertenece, se despoja de su incómodo cilicio y se pone de nuevo el vestido de flores. A pesar de que el tiempo ha pasado, aún parece hecho a medida para ella. Por turnos, se gira hacia uno y otro lado para ofrecer confiada los flancos a esa nueva-antigua mujer que la observa, intrigada por el cuerpo que ha intentado obviar durante los últimos años. Y mira con insospechada satisfacción, hasta donde la vista le alcanza, las acogedoras formas que el áspero tejido no ha logrado limar.

Yo era. Yo fui… Pero el pasado no cuenta; el pasado está muerto. Y yo… yo… estoy, aún, a  pesar de todo, viva. Sólo el presente existe. Yo era. Yo fui... (Pausa en la que respira hondo, llenando ostensiblemente los pulmones; preparándose para la titánica tarea de recuperar una vida.) YO SERÉ.

Toma otra página del libro y, antes de llevársela a la boca, la observa detenidamente, como si acabase de descubrir un tesoro.  La saborea lentamente. Un nuevo cambio se produce en la actriz: en su actitud ante el espejo y en su actitud hacia el manjar que paladea. La expresión de la mujer va mutando; se relaja y, al tiempo, refleja por primera vez verdadera satisfacción. Incluso, placer. Como si advirtiese por momentos, en la poesía que consume, matices diversos y cautivadores, matices antes no experimentados o apenas recordados, regresados de un pasado muy lejano. Su lánguido cuerpo comienza a erguirse. Sus desganadas mandíbulas mastican con más fuerza, casi con vehemencia. Ahora, con los ojos muy abiertos y sin rastro de rubor, no aparta la vista de su propia imagen sobre el espejo. Pareciera fascinada y fortalecida por la escena que contempla. Incluso, orgullosa. Traga sonoramente, con brío. Y ataca otra hoja con creciente apetito.

Queman, pero también alumbran por dentro. Como un sol que resucita tras haber pasado, toda la noche, escondido bajo tierra.

Se gira y habla dirigiéndose a la trampilla. Aunque ésta sigue cerrada y tras ella no parece haber nadie, pues no se escucha ruido alguno. A pesar de su convicción, recitando extremadamente serena. Su discurso no se diría en absoluto una revancha. No hay ánimo  de  venganza en sus palabras, sino más bien lástima por el enemigo.

Definitivamente, no seguiré callando. Y tampoco consumiré de nuevo los restos de ese banquete sangriento con el que tú te sacias todos los días. Gritaré. Gritaré tan fuerte que, finalmente, acabarán oyéndome los vecinos. Se terminará el disimulo. (Pausa.) Gritaré tan alto que mi voz, ésa que tú has ido adelgazando a fuerza de esculpirla a golpes, se hará de nuevo poderosa y traspasará las paredes de este armario, de esta celda que tú has construido para mí, de éste mundo con apariencia de infierno que se esconde tras los impenetrables muros de nuestro (Sonríe con sorna mientras mima las comillas en el aire.) “hogar”, oculto a la  vista de todos. Porque uno ha de ser, en primer lugar, discreto. (Pausa.) Gritaré y mi voz se ensartará en cada una de esas otras mujeres que, tras muros tan opacos como los de este estrecho armario, pasan los días en silencio. Preguntándose por qué tuvieron que seguir al  conejo blanco. Preguntándose a dónde se han ido la juventud y las ilusiones. Mi voz las traspasará. Las unirá, cuentas manoseadas pero más resistentes de lo que ellas mismas imaginan, cuentas sin saldar a la espera de justicia, en un poderoso rosario. Y ese hilo invisible que nos une, ése que mi voz llamará a la vida, más fuerte incluso que la muerte en las que ellas y yo hemos habitado… (Pausa.) Ése, ni tú ni ellos podréis romperlo. Por las noches, mientras el monstruo duerme, en lugar de llorar cada una quedamente en su bañera, con la toalla entre los dientes para no despertar el deseo ni la furia, iniciaremos un ritual compartido, todas a una. Cantaremos con la voz de nuestra mente. Y el canto será mudo sólo para quienes no sepan escuchar; para quienes no quieran escuchar. Pero resonará diáfano en cada una de las otras piezas de ese collar. Ése que cada una de nosotras ha llevado al cuello todos estos años. Ése que nos colocaron fingiendo obsequiarnos con perlas, y que descubrimos después de púas: un cruel collar de castigo  para perros. Nos levantaremos y andaremos. Andaremos de nuevo y descenderemos del calvario cogidas de la mano. Y atrás quedarán las cruces y los sepulcros blanqueados con cal. No más tortura ni mentiras. No más silencio. De ahora en adelante, sólo vida y verdad. Sólo voz. (Pausa.) Cogidas de la mano, en un círculo perfecto, invocaremos un nuevo mundo: uno más recto y solidario, uno más comprometido y responsable. Y en ése no cabréis vosotros, ni tú ni tus compañeros. Perderéis pie y privilegios. Y os precipitaréis desterrados al abismo, agitando vuestras alas de murciélago. La pena será irrevocable. La cadena, perpetua. (Larga pausa.) Siempre dices que no soy nada, que no soy nadie. Durante años he fingido creerlo. Hasta he llegado a creerlo, a fuerza de escuchártelo a ti. He fingido que me parecía bien, que no tenía nada que objetar al respecto. Que carecía de criterio propio, porque yo no existía fuera de esa mente superior que me había creado. No a su imagen y semejanza, sino muy inferior. Para poder aplastarme como al barro una y otra vez. Para moldearme con los golpes propinados por su frustración, antes de descansar el séptimo día. (Sonríe con ligero desdén.) Te crees un resplandeciente dios, y no eres más que un patético idolillo que, ebrio de poder, duerme la mona refugiado en su mundo de fantasía, ése en el que te sientes único e indiscutible señor. (Pausa.) Siempre dijiste que no soy nada, que no soy nadie. Y por una vez me parecerá bien. Resultará cómodo cuando denuncies mi desaparición y la policía pregunte. (Con voz varonil, cavernosa. Fingiendo tomar notas en un cuadernillo invisible mientras se atusa un inexistente bigote.) “¿Y quién dice usted que le ha robado lo que era suyo?”. (Ahora con voz apocada. Afectando confusión y  atolondramiento. Encogiéndose para aparentar menos tamaño que el imaginario policía.) “Nadie”, (Con su propia voz, con evidente satisfacción.) contestarás. Ahora ya no pareces tan valiente y seguro de ti mismo, ¿verdad? (De nuevo con la voz cavernosa del presunto policía.) “¿Y qué dice usted que le han robado?”. (Con la voz que ha elegido para parodiarle a él.) “Nada”, (Volviendo a su propia voz.) añadirás más confuso todavía, consciente de haber  caído en tu propia trampa. (Otra vez con la voz del orden.) “Pues entonces, señor, no veo dónde hay delito. Tenga usted buenos días”. De tu único ojo, ése que siempre mira hacia ti mismo, hacia esa perfecta belleza que tanta podredumbre esconde, caerán lágrimas de impotencia y rabia. Porque tú, habituado a hacer tu santa voluntad, no estás preparado para perder. Como las mentes pueriles y débiles, no sabes afrontar la frustración. No podrás recuperarte de este golpe, ni asimilar el desenlace imprevisto. Porque tú ya me creías para siempre en este pozo del que hoy elijo salir volando.

Recoge de nuevo el libro del cual se ha alimentado. Pasa las palmas s obre las tapas  desgastadas con veneración y agradecimiento. Después lo sujeta entre ambas manos, una  por encima y otra por debajo, y con solemnidad, como si afrontase un juramento, con los  ojos cerrados, de frente al público, comienza a recitar. Lo hace como en trance, parafraseando a su modo el poema de Cesare Pavese, ajustándolo como mejor conviene a su caso. La luz cenital que la enfoca se va haciendo progresivamente más intensa, iluminándola. Quizá, fortaleciéndola.

Mañana saldré a la calle y volverá a ser primavera. “Colores, deseo sólo colores. Los colores no lloran. Mañana regresarán los colores. Este cuerpo vestido de colores, después de tanta palidez, recobrará su vida. Mañana saldré a las calles y vagaré por ellas hasta quedar exhausta. Y de ahora en adelante, cada nueva mañana, saldré a las calles buscando los  colores. Desde mañana volveré a ser visible; la gente volverá a verme y me mantendré erguida. Volveré a tener un reflejo en los escaparates; en las otras miradas. Las sentiré deslizarse sobre mí y sabré que existo. Desde mañana seré otra vez una mujer señora de sí misma. Una mujer que sabe vivir sola y puede mirar fijamente a los ojos de cualquier rostro que pase y seguir siendo la misma. Este temblor más frío que acompaña el alba, este frescor que asciende buscándome las venas, es un despertar tan intenso que me abrasa por dentro”[2].

Abre de nuevo los ojos. Consciente de sus fuerzas, mira hacia el frente, a lo lejos, por encima de las cabezas del público.

Ya no soy un cervatillo indefenso; listo para ser asaeteado, sin riesgo ni gloria, dentro de su establo. Para mí ya no existen puertas ni tabiques, nada que ahora pueda detenerme. Me marcho. Me marcho por el poder de mi voluntad, de esta mente que aún no has logrado aniquilar del todo. Me marcho por el poder de la palabra, con la que sello definitivamente esta determinación de no vivir nunca más en una jaula. Ni construida por mí ni por ningún otro. Digo que me marcho y abandono esta celda… AHORA. (Pronuncia “ahora”  teatralmente: gritando y alzando los brazos al cielo, como un mago durante su espectáculo.)

La luz cenital, casi cegadora, se apaga de repente. Ilusión o no, la mujer desaparece. Como si el haz luminoso la hubiese absorbido, rescatándola de su cruel destino, cual Ifigenia, justo antes de ser definitivamente sacrificada.



[1] Título de uno de los más conocidos poemas del escritor piamontés Cesare Pavese.
[2] Inspirado en los versos de Agonía”, de Cesare Pavese:

Girerò per le strade finché non sarò stanca morta
saprò vivere sola e fissare negli occhi
ogni volto che passa e restare la stessa.
Questo fresco che sale a cercarmi le vene
è un risveglio che mai nel mattino ho provato
così vero: soltanto, mi sento più forte
che il mio corpo, e un tremore più freddo accompagna il mattino.

Son lontani i mattini che avevo vent'anni.
E domani, ventuno: domani uscirò per le strade,
ne ricordo ogni sasso e le striscie di cielo.
Da domani la gente riprende a vedermi
e sarò ritta in piedi e potrò soffermarmi
e specchiarmi in vetrine. I mattini di un tempo,
ero giovane e non lo sapevo, e nemmeno sapevo
di esser io che passavo-una donna, padrona
di se stessa. La magra bambina che fui
si è svegliata da un pianto durato per anni
ora è come quel pianto non fosse mai stato.

E desidero solo colori. I colori non piangono,
sono come un risveglio: domani i colori
torneranno. Ciascuna uscirà per la strada,
ogni corpo un colore-perfino i bambini.
Questo corpo vestito di rosso leggero
dopo tanto pallore riavrà la sua vita.
Sentirò intorno a me scivolare gli sguardi
e saprò d'esser io: gettando un'occhiata,
mi vedrò tra la gente. Ogni nuovo mattino,
uscirò per le strade cercando i colori.





Serie de retratos de Salomé Guadalupe Ingelmo realizada por el pintor español Alejandro Cabeza en http://www.alejandrocabeza.net/






Guadalupe Ingelmo, Salomé (Madrid, España, 1973). Tras formarse en la Universidad Complutense de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, Università degli Studi di Pisa, Universita della Sapienza di Roma y Pontificio Istituto Biblico de Roma, en 2005 se doctora en Filosofía y Letras (especializándose en Historia Antigua del Próximo Oriente Antiguo) por la UAM con su tesis La Divina Serpiente: Estudio sobre las Divinidades Ofídicas Mesopotámicas (en cotutela con la Università degli Studi di Pisa). Es miembro del Instituto para el Estudio del Oriente Próximo, con sede en la UAM, y desarrolla desde 2006 actividades docentes como profesor honorífico en dicha Universidad impartiendo cursos relacionados con las lenguas y culturas del Oriente Próximo. Durante los diez años vividos en Italia, desarrolló además actividades como traductora de italiano y como docente. En 2012 Ediciones COMOARTES publicó digitalmente su libro de cuentos La imperfección del círculo, una antología personal de cuentos premiados, reconocidos, más dos inéditos, y otro libro titulado “La narrativa es introspección y revelación” con sus respuestas a las preguntas de F.G.C que la ha incluido en su “Indagación sobre la narrativa” junto a prestigiosas personalidades ya consagradas y premiadas por la crítica como María Teresa Andruetto y Fernando Sorrentino (Argentina), Froilán Escobar (Cuba/Costa Rica) y Armando José Sequera (Venezuela). Entre sus investigaciones y ensayos más recientes, sus extensos: “Libros como libros vivos”, “Dos libros de narrativa de un gran escritor” y “Borges, un tahúr en la corte del rey Assurbanipal” (en proceso de edición). Ha recibido diversos premios literarios nacionales e internacionales en los últimos años y ha sido seleccionada en otros certámenes: Es ganadora absoluta del Concurso Internacional de Microtextos y del Premio Internacional de Microficción Dramatúrgica “F.G.C ” organizados en 2010 por la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE); y ha obtenido otros premios, internacionales y extraordinarios, de microficción, así como numerosos reconocimientos, especialmente en narrativa, entre los que destacan sus galardones en el certamen “Paso del Estrecho” de la Fundación Cultura y Sociedad de Granada. Varios de sus relatos han sido incluidos en diversas antologías, en especial de narrativa y de dramaturgia. Cabe destacar la publicación digital de su cuento “Sueñan los niños aldeanos con libélulas metálicas” (con traducción al italiano de la autora, en Los Cuadernos de las Gaviotas n. 6, CIINOE, Ediciones COMOARTES, Madrid/México D. F., 2010). El mismo relato ha sido recogido por José Víctor Martínez Gil en la  Antología de cuentos iberoamericanos en vuelo [Recurso electrónico. Libro-e], que puede leerse en la Biblioteca Digital del Instituto Cervantes de España. También, su texto “El niño y la tortuga”, está en Los Libros de las Gaviotas VII, Literatura iberoamericana para niñas y niños. Brevísimos pasos de gigantes, COMOARTES, Madrid/México D. F.,  ediciones 2010 y 2012. Su texto “Es el invierno migración del alma: variaciones sobre una estampa eterna” apareció en Las grullas como recurso turístico en Extremadura, publicado por la Dirección General de Turismo de la Junta de Extremadura en 2011. Suyo es el prólogo a la edición de El Retrato de Dorian Gray de la Editorial Nemira, (colección Literatum, España, 2008) y el de la antología del VIII Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía y Cuento 2012 (Universidad de San Buenaventura / Cali, Colombia, 2012). Desde 2009 colabora ininterrumpidamente con la revista digital bimestral miNatura: Revista de lo breve y lo fantástico, en la que han visto la luz sus microtextos de género fantástico, ciencia ficción y terror. Es autora de dos antologías inéditas de poesía en italiano, todavía en revisión, y de poemas en castellano aún inéditos. Ha escrito dos novelas inéditas y otros cuentos y microcuentos aún no publicados. Desde esta década es jurado permanente del Concurso Literario Internacional “Ángel Ganivet”, de la  Asociación de Países Amigos de Helsinki (Finlandia), respaldada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, y lo ha sido del VIII Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía y Cuento 2012 de la prestigiosa Universidad San Buenaventura de Cali. Una idea s precisa sobre su trayectoria dentro del mundo de la Literatura se puede obtener consultando http://sites.google.com/site/salomeguadalupeingelmo/



TÍTULOS EDITADOS EN LA COLECCIÓN
LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS


1.    F.G.C   / De la soledad al amor vuelan gaviotas
Poemas / Poemas visuales
2.  Martínez Gil, José Víctor / La línea entre el agua y el aire
Cuentos hiperbreves y breves
3.   F.G.C  / Normales los sobrevivientes / Cuentos para dos mordiscos / Cuentos breves e hiperbreves
4.  Martínez Gil, José Víctor / La solidez de lo invisible
Cuentos hiperbreves y breves
5.   Vieira, Maruja / Todo el amor buscando mi corazón / Poemas
6.  Martí, José / La edad de oro / Libro/revista para niñas y niños
7.  Quiroga, Horacio / Cuentos de la Selva / Cuentos
8.  Leis R., Raúl / Cinco cuentos de la calle / Cuentos
9.   F.G.C  / Historias de nunca acabar hiperbreves contemponeas / Cuentos de nunca acabar
10. Marín, Thelvia / En la luna del espejo / Poemas
11. F.G.C / Monólogos de amor por donde cruzan gaviotas / Teatro ptico
12. Aristóteles / Poética / Teoría                                                                                                                      
13. Martínez Gil, José Víctor / Mírame con los ojos cerrados
Cuentos hiperbreves y breves
14.  F.G.C  / Los 100 cuentos del loco
/ Hiperbrevedades, fugacidades
15. Varios, anónimos / Tradiciones de la palabra: Mitos, cuentos y poemas del mundo / Selección F. G. C.
16. Dorr, Nicolás / Desde el sótano / Monólogo teatral
17. F.G.C  / Si es amor que sea de cine
/ Testimonio / Crónica cinematográfica
18. Escobar, Froilán / Tocar en el hombro de lo real con la palabra / Narrativa
19. Guadalupe Ingelmo, Salo / La imperfección del círculo / Cuentos
20. Vieira, Maruja / La sencilla verdad de que te amo / Poemas
21. Bueno, Antonia / Bel La Bella / Monólogo
22. Sequera, Armando José / La comedia urbana / Novela
23. Pfeiffer, Mar / La luna y el pozo / Monólogo
24. Martínez Cortijo, Fátima / Cuentos que envuelven días / Cuentos
25. Guadalupe Ingelmo, Salomé / Alicia se mira en el espejo / Monólogo

Números extraordinarios
I.     Concurso Internacional de Microficción “F.G.C 2007
Polen para fecundar manantiales / Cuentos, poemas, monólogos hiperbreves
II.  Concurso Internacional de Microtextos F.G.C 2008
La tinta veloz del ciempiés. Cuentos de nunca acabar, dichos y pensamientos.
III. Dossier: La fórmula infinita del cuento de nunca acabar
F.G.C  / Textos teóricos, cnicos, literarios y visuales del autor, recopilación de nunca acabar de las tradiciones más ficción actual:
· Manifiesto y Decálogo del cuento de nunca acabar (F. G. C.)
· Antología esencial del cuento de nunca acabar de las tradiciones (F. G. C.)
· Cuentos y cuentos visuales de nunca acabar / Cuentos hasta el infinito (F. G. C.)
· Fuerzas / Hiperbrevedades de nunca acabar (J. V. M. G.)
· Premios y Menciones: Concurso Internacional de Microtextos / Del Cuento
de nunca acabar “F.G.C 2008 / 69 autores de diez países
IV. Colección Gaviotas de Azogue / Primera Temporada
Números 1 – 25 / Julio Diciembre 2007 / Edición 2009
Textos de ficción de F.G.C,
de escritores de otras épocas y de contemporáneos, junto a algunos textos testimoniales, tradiciones... El humor o el drama de los textos
V.  Colección Gaviotas de Azogue / Segunda Temporada
Números 26 50 / Enero – Junio 2008 / Edición 2009
Textos de ficción de F.G.C,
de escritores de otras épocas y contemporáneos, tradiciones
VI.  F.G.C  / Entrevistado
La oralidad es la suma de la vida / Testimonio / Periodismo / Documentos
VII.  Concurso Internacional de Microficción para Niñas y Niños
“F.G.C 2009 / Brevísimos pasos de gigantes
Cuentos, poemas, monólogos teatrales hiperbreves para niñas y niños
VIII. F.G.C / Oralidad es comunicación
Teoría y técnica de la oralidad escénica
IX.   Ardila, Jhon / Oralidad, oralidad narradora artística y transformación social / Investigación sobre oralidad
X.              Martínez Gil, José Víctor / Antología de cuentos iberoamericanos en vuelo / 30 autores de 13 países
XI.  Cuatro cuentistas latinoamericanos del Siglo XIX
/ Selección realizada por F. G. C. / Cuentos.

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