Granadilla, agosto de 2011 |
Sigo obligada al mutismo por el mucho trabajo. Aún así, cómo no
manifestarse. Sería indigno: no concibo mi labor como escritora desgajada del
mundo en el que vivo. Entré en la literatura en buena medida para ser útil. Y
hoy lo útil es no callar. Hablar, eso sí, con moderación y buen juicio, sin
perder el respeto ni la capacidad crítica. No va conmigo, aunque se diría de
moda, lanzar la palabra y esconder después la mano.
En los últimos tiempos muchos “tertulianos” −y entrecomillo porque se me
antojan más bien monologuistas−, convencidos de que los fines siempre
justifican los medios, gustan de desenfundar presuntos perfiles −y digo
presuntos porque, como el periodismo y otras nobles disciplinas enseñan, hasta
que los datos no se contrastan… Evidentemente más de uno se saltó esa clase en
su día. Y qué decir respecto al peligro que entraña el reprobable hábito de
generalizar− de manifestantes, indignados, desencantados y críticos en general.
Anda que como a los demás nos dé por entretenernos desempolvando perfiles, en
este caso perfectamente constatables, de opinólogos y periodistas…
Siempre esta desatada e irreverente fantasía mía… Extemporáneamente o no
−porque el inconsciente siempre se revela mucho más perspicaz y sincero que
nosotros mismos−, se me viene a la cabeza aquella fábula infantil de los
cabritillos y el lobo. Y me digo que, afortunadamente, la patita acaba viéndose
antes o después.
¿Quién está más interesado en inflamar el descrédito? ¿Quién sale ganado
con las actitudes violentas por parte de presuntos manifestantes? ¿Quién eres
tú, que te cubres el rostro? Yo no necesito capucha; no tengo nada que
esconder.
“Damos mala imagen en el extranjero. Y eso no sólo daña al gobierno sino
también a todos los españoles”. Son palabras de una mente preclara de nuestro
tiempo, aquella que nos deleitó en su día con una lección magistral sobre peras
y manzanas.
Siempre esa cobarde y cómoda táctica de culpabilizar a la víctima.
Todavía en 1980 Pilar Miró se enfrentó a un juicio militar por rodar El crimen de Cuenca. Quizá dentro de
poco, siguiendo otras democráticas decisiones adoptadas por las instituciones
competentes, denunciar la brutalidad policial pase a estar penado con la cárcel
−al garrote vil no creo que volvamos porque es un método con poca clase y aires
demasiado rústicos para nuestro moderno gusto. Aunque al paredón…−.
Hay cosas que nuestra admirada Transición dejó, definitivamente, sin
resolver. De aquellos polvos vienen estos lodos.
Granadilla, agosto de 2011 |
Para escuchar Romance del prisionero, interpretado por Paco Ibáñez