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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

UMBRALES


Es una simple cancela en un lugar cualquiera. Una cancela a medio abrir. O a medio cerrar. Una cancela por la que el fotógrafo podría estar a punto de entrar. Quizá no. Una cancela por la que el fotógrafo podría haber salido ya. Mientras, el espectador espera.


Cuando quebrantas un límite hay siempre consecuencias. Es, como cualquier rito de paso, un momento suspendido, desgajado del tiempo. Un momento en el que se abandona un paisaje para entrar en otro −que no será el mismo contigo dentro. Ni volverá a ser el mismo, después, contigo fuera−. No se pertenece ya a ninguno de los dos. Y al tiempo, un poco a ambos. Se queda desorientado, desubicado, apátrida por un momento. Ése momento en el que el pie flota entre ambos mundos. El último instante para la razón: ya no hay tiempo. El último para pensar. Y es un bien sentir el escalofrío: es signo de conciencia. Porque atravesar la cancela tiene, siempre, sus consecuencias.
                                                                                      (S: G: I: Madrid, 27 de febrero de 2011)



La foto fue tomada el veintidós de febrero, a la salida del pueblo en dirección hacia la Solanilla. Como observáis, los jaramagos han florecido ya. Y entre ellos agachan pensativos la cabeza los primeros narcisos. Iluminan, en la hierba, las caléndulas naranjas como solecitos humildes.


Para escuchar a Pink interpretando Nobody knows

 
 
Para escuchar a Antony and the Johnsons interpretando Hope there's someone



OTRO MILAGRO DE LA PRIMAVERA


Es, por supuesto, el almendro de mi jardín. Tiene ya un buen número de años; arrugas profundas de su corteza. No esconde que se siente cansado: sus ramas se inclinan un poco más cada día y rara vez rememora su pasado gallardo. Pero aún acoge con regocijo e ilusión primera, hospitalario como un plantoncillo sin apenas experiencia, a los verderones que su melena escogen como refugio. Acepta sumiso y tolerante los picotazos de los descarados gorriones en sus frutos. Es el almendro de mi jardín, que se recorta contra la tarde agonizante, contra la noche incipiente, encendiendo tenaz farolillos blancos en el negro ocaso: constelación de estrellitas fragantes caída del cielo a la tierra.
                                                                                          (S. G. I. Madrid, 27 de febrero de 2011)




A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas en alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.
                                                                
                                                                             (Antonio Machado, Campos de Castilla)




Para escuchar a Joan Manuel Serrat interpretanto A un olmo seco





 

CARTA ABIERTA A DON JOSÉ MIGUEL SILLERO BLANCO, AGENTE DE MEDIO NATURAL

Mi muy estimado D. José Miguel:


Para empezar, expresarle mi hondo pesar por no haber podido escribirle esta carta antes y ofrecerle mis disculpas por no haber estado en condiciones de pedirle información personalmente sobre los árboles cortados en el cauce del río Ambroz, en las proximidades del puente de El Batán. El día en el que otra persona amablemente accedió a pedirle a Ud. información en mi nombre, yo andaba recorriendo nuestra hermosa montaña, ésa cada día un poco más despoblada de árboles.

De hecho el motivo de la presente es contestar a la pregunta que dirigió Ud. a nuestro intermediario. Me ha referido el mismo que, al preguntarle si había concedido Ud. el permiso para cortar esos árboles, su respuesta fue “sí, hemos dado nosotros el permiso; eran chopos ¿Es que le molesta a alguien?”. Dado que ahora mismo no estoy en Hervás, por la presente le hago saber que, en efecto, le importa a alguien: a mí me importa. Me importa mucho, especialmente dado el estado desastroso en el que ha quedado el cauce del río. Y para ser sinceros, también me inquieta su respuesta, en la que no añadió ningún tipo de explicación al vecino de Hervás que se interesaba por el hecho. Presumo, por tanto, que no está Ud. habituado a dar explicaciones, y quizá ni siquiera a que se las pidan..

Me importa porque he escogido esta tierra, que fue de mis antepasados, como mi hogar, y siento el amor que vierto en ella correspondido. Me importa porque bajo ella duermen sueños profundos mis ancestros, algunos de los más queridos, y todo cuanto a ellos habría podido turbar, me turba a mí también. Me importa porque las fotos que adjunto han sido tomadas a unos treinta y cinco metros del puente de El Batán, y este paraje habría de ser considerado, justamente, un patrimonio natural de carácter histórico. A él todos los niños que hoy tenemos una cierta edad íbamos a jugar, a coger ranas en las tardes estivas o a ser bañados por el sol que se filtraba entre las hojas hoy inexistentes. Desde ese puente se lanzaba al río de niño mi tío Paco, cuando aún el agua corría y al acercarse al lecho el caminante no se arriesgaba a contraer una infección, ni los pobres anfibios agonizaban en pozas minúsculas.

En definitiva y para no aburrirle más, como puede usted observar, me importa. Me importa mucho como tantas otras cosas que de momento quedan en el tintero. Es una fortuna porque así habrá ocasión de futuros encuentros. Así habrá, muy probablemente, ocasión para conocerse. Esperemos solamente que el Eclesiastés no tenga razón, que no se haga buena la máxima según la cual quien aumenta su conocimiento, aumenta su dolor.

Quisiera sólo añadir que, ya que usted dice que se cortaron sólo chopos, no seré yo quien ponga en duda su palabra. Ni siquiera me he entretenido en revisar los troncos cortados que aún yacen, muchos tirados de cualquier forma, entre las huellas de maquinaria pesada que mancillan la tierra, en el cauce del río. Su palabra es suficiente. Ahora bien, como podrá usted observar en la primera foto, al menos un castaño ha sufrido serias heridas en el tronco.

Me limito a recordarle que ésta será siempre su casa. Aquí será bienvenido cualquier comentario que desee hacer público, y verá la luz siempre íntegro; yo sí creo firmemente en la libertad de expresión. Así mismo estaré siempre a su entera disposición me encuentre en Hervás o en Madrid, desee Ud. hablar en persona o cambiar impresiones por escrito.


Reciba un atento saludo

                      Salomé Guadalupe Ingelmo




SÓLO FLOTO


Acostumbro a recorrer las pistas en todas direcciones, incluso las de pueblos cercanos. Voy lejos, siempre muy lejos. Y también es mi costumbre subir alto. A menudo repito que debemos mirar hacia arriba, no caminar por la vida con la vista perdida en el suelo. Hay que mirar a lo alto, para a lo alto tender. Lo sigo pensando. Y sin embargo he comprendido recientemente que no por ello debemos descuidar los paisajes más cercanos, porque también los cubre el cielo y nos pueden elevar más incluso que otros.


Hace un par de días decidí regresar a algunos lugares de mi infancia. Yo, que tengo fama de audaz, siento siempre, lo reconozco, miedo al emprender este tipo de empresa. Soy consciente de que todo cambia, y el mundo que habita en mis recuerdos  ya sólo existe en esa morada. A veces contrastar ese paisaje interior con el del presente, con el que los ojos ofrecen, resulta devastador. Y sin embargo otras veces no. Hay que arriesgarse, aunque atemorice, a descubrirlo. Hay que arriesgarse a buscar certezas.

Hace un par de días regresé a El Cabezo, al que, llegado el tiempo de que las hojas rebroten, os explicaré cómo acceder. Recorrerlo puede ser una hermosa experiencia.

Mi familia tuvo una finca allí hace mucho tiempo. Una finca en la que yo, alguna vez, me subí a los árboles. Estuve en El Cabezo cuando tenía unos ocho años. Después no volví nunca más, hasta hace dos días. Me daba miedo regresar. Y sin embargo ahora me alegro mucho de haberlo hecho: la vida está plagada de empresas que atemoriza enfrentar, pero que pueden enriquecer con su huella el paisaje o incluso cambiarlo radicalmente. Reencontré cosas fuera y también dentro. No tengo ya ocho años. Es evidente que nunca más volveré a tenerlos. Y sin embargo esa niña no murió; yo no recuerdo haber asistido a su entierro. Así que ha de seguir estando dentro. A ratos se asoma a la ventana. Y a ratos, quizá demasiado a menudo, se deja seducir por las sombras que pueblan los rincones de su cuarto. Esa niña, definitivamente, no ha muerto.

Sufren a veces transformaciones los cuerpos. Pero no mudan, creo, las naturalezas. Mientras la mariposa duerme en su capullo, aunque tu no lo veas, es lo que siempre ha sido. Aún lo sigue siendo.
                                                                         (S. G. I Madrid, 26 de fenrero de 2011)


Para escuchar a Pink interpretando I’m not dead

LA NIEBLA: UN APRENDIZAJE DEL ALMA


Las fotos fueron tomadas en Collao de Enmedio, en Gargantilla, el veinte de este mes. ¿Recordáis aquella salida en la que se me concedió, como casi siempre, absolutamente todo?

A pesar de la lluvia torrencial e ininterrumpida, aún puedo tocar la nieve al llegar a lo alto. Los últimos bastiones helados ceden: se deshacen bajo la caricia paciente de la lluvia. Que, a fuerza de gotear con tesón, a pesar de no resultar particularmente cálida, logra derretir la última resistencia. La respiración confundida, entrelazada, fundida en indisolubles nupcias con los vapores. Aliento de la montaña mezclado con aliento del caminante en un batallado beso.

No hay nada tan acogedor, tan protector, como la niebla. Solas Ella y yo: fingiendo ser las únicas, las últimas (o las primeras) pobladoras de nuestro particular Paraíso.

Descubrí los efectos que la niebla tiene sobre mí por primera vez de camino al Pinajarro. Pero a veces se vive por primera vez en un lugar y sin embargo se descubre en otro. O quizá se descubra cada vez. Y sin embargo hay veces más reveladoras que otras. La niebla, para mí, permanece ligada al trayecto que conduce a Collao de Enmedio. Y allí la busco, y hasta allí la persigo cada vez que intuyo su visita. Es galante y solícita: nunca me hace esperar. Al menos no más de lo estrictamente necesario para avivar el deseo. Esta vez es particularmente densa, como si hubiese entendido. La más densa que me haya abrazado jamás. La más intensa.

La niebla no embota los sentidos, antes bien los agudiza. En ella suele reinar el total silencio. Tal es su embrujo que hasta las aves más indiscretas callan aturdidas, fascinadas por el misterio.

La niebla impone sus propias reglas. Es un aprendizaje emocional que enseña, sobre todo, a hacer uso de la confianza. Confianza en uno mismo: para avanzar a ciegas, palpando sólo la etérea gasa. Confianza en lo que habita fuera: porque no es fácil quedar, voluntariamente, a merced de otras manos.

Y así se camina, tras un cierto entrenamiento, seguro: haciendo uso de la memoria, recordando dónde estuvo cada piedra del camino antes de ser cubierta. Se avanza sabiendo que algo podría haber cambiado de lugar inadvertidamente, que podríamos tropezar y caer. Pero confiando a un tiempo en que el amor, capaz de hacer echar raíces a las más duras rocas, nos sostenga.

En la niebla se busca. Se busca permanentemente. Y siempre se encuentra.



Para escuchar I will find you (parte de la banda sonora de El último mohicano), interpretada por los Clannad

 
 
 





PARA LAURA UVE: QUIZÁ UN DÍA LO ALCANCEMOS, COMPAÑERA


Pueblo de Hervás y embalse de Baños de Montemayor


SIEMPRE EN VUELO

Sueña con él, despierta:

algodonoso y sereno.

Puede que,

a fuerza de perseguirlo,

acabemos haciéndolo nuestro.

                                                             (S. G. I. Madrid, 24 de febrero de 2011)



Para escuchar You are my sister, interpretado por Antony and the Johnsons y Boy George



 

VÍRCULOS VICIOSOS


¿Estoy avanzando o en realidad retrocedo? Podría estar caminando de espaldas: a veces son engañosas las apriencias ¿O sencillamente me limito a converger conmigo misma en un punto que se finge centrado? ¿Serán ésas las huellas de la concordia? ¿Habrán firmado la ansiada paz ambas mujeres?


Y no sé por qué sospecho que, con permiso de la geometría, podría estar caminando en círculos una vez más. Como otros caminan en sueños. Porque quizá tenga el vicio de cerrar convicciones sobre sí mismas una y otra vez, una y otra vez. Igual que cierra un estupor el niño en su cuaderno de caligrafía nuevo.

Lista para volver a trabajar sin red. ¿Vas a atraparme al vuelo? ¿Me sostendrás o sencillamente permitirás que me estampe contra el suelo?

Si has pensado sólo por un segundo “¿se estará dirigiendo a mí?”, me debes una respuesta. Pero no la quiero; de nada me sirve. Habremos de comprobarlo con el tiempo.
                                                                                              (S. G. I., Hervás, 22 de febrero de 2011)

 
 
Para escuchar Sober de Pink

 
 
 

NO RECONOCERÉ MÁS DESTINO QUE EL QUE YO HAYA ESCRITO


Hoy, después de una salida por la mañana y otra por la tarde, he encontrado un comentario que deseo contestar mediante una entrada. Me ha parecido fascinante e imprevisto. Y me gusta tanto, pero tanto ser sorprendida… Creo que a todos nos gusta. Nuestra compañera Liliana me pregunta, tras haber leído la entrada “¿Dentro o fuera?”, cÓmo acaba la historia. He de reconocer que en al principio me he quedado un poco perpleja: en realidad los autores nunca podemos predecir las sensaciones o ideas que nuestros textos sembrarán en los lectores, en cada lector. Y creo firmemente que cada interpretación, cada nueva persona que metaboliza nuestra obra, la enriquece. Inmediatamente después he comprendido que la pregunta era de una trascendencia inesperada, que ponía de manifiesto algo en lo que ni siquiera yo me había parado a reflexionar. Porque a veces desde dentro no ves lo que desde fuera resulta obvio. Gracias Liliana. Nunca llegarás a imaginar el bien que me ha hecho esa pregunta.

Pues lo cierto, querida Liliana, es que ni siquiera yo sé cómo termina. Es decir, no termina. No termina porque, a pesar de lo que pueda parecer, a pesar de lo que mis amigos más queridos hayan podido escuchar o percibir en los últimos tiempos, a pesar de los años y las experiencias, yo creo aún en el amor. Incluso en el amor eterno. Yo, que soy mujer de voluntad y fe, elijo seguir creyendo. Porque, sí, puede que nada sea eterno en realidad; pero si tienes la fortuna (es decir el tesón, el compromiso, la tolerancia, la generosidad, la entrega…) de que te dure toda la vida, qué más da que no sea eterno.

No termina porque ese amor que nos une a Ella y a mí no ha de perecer nunca. Lo siento. Lo siento cuando ella parece regocijarse a mi paso: cuando las hojas de los castaños susurran bajo el viento y los rayos de sol dibujan encajes esquivos en el suelo para que yo corra tras ellos, para que la siga persiguiendo con tanta pasión como el primer día. Lo siento cuando la lluvia es solidaria, si es que de mis ojos llueve. Cuando el trueno se une a mi voz o cuando la niebla solícita me envuelve para ampararme de cuanto queda fuera.

No termina aunque el final parecía ya escrito. Porque parecía ser ineludible porque se antojaba el desenlace lógico, el único posible ya. Porque, quizá, por primera vez en mi vida hubiese decidido rendirme. Y sin embargo… Y sin embargo un buen escritor es siempre capaz de inventar un final alternativo. Un buen escritor es siempre capaz de volver a tomar las riendas. Un buen escritor resurge, si es necesario, de sus propias cenizas.

Obviamente antes o después terminará: todo ha de acabar un día. Pero ese día está aún lejos. Y no tengo prisa por alcanzar ese objetivo; hay muchos parajes aún por visitar. Y muchos serán aún bellos y ofrecerán reposo al caminante. Y en muchos brillará aún el sol y cantarán los pájaros. Y yo he de ver todos esos parajes aún. Yo he de recorrerlos de nuevo, con los pies renovados por la lluvia vivificadora, antes de que el camino acabe.

Gracias infinitas, Liliana.



Para escuchar la que considero la más bella canción de amor: Franco Battiato, La cura



 
Para escuchar la que considero la más bella canción de desamor (o quizá no. Son tan sutiles las fronteras a veces…): Franco Battiato, Canzone dei vecchi amanti

 
 
 

EL JARDÍN DE LOS PECADOS CAPITALES

Todas las fotos han sido tomadas en el parque público de Hervás, pero éstas son especies abundantes que crecen con vigor en todas partes.


Soberbia
Intransigencia
Intolerancia
Indiferencia


















Para escuchar La primavera di Praga de Francesco Guccini

 

LA CALMA DESPUÉS DE LA TORMENTA

Es muy curioso. He rebuscado mucho en las últimas semanas, y mucho más aún en los últimos días. Y ayer, como siempre bajo la lluvia, se hizo la luz de repente. Salió el arco-iris dentro, aunque no fuera. Una respuesta que me atrevo a definir sentimentalmente madura o sentimentalmente sabia floreció inesperadamente en la región más fértil de mi persona. Como esas veces en las que pasas semanas buscando algo y de repente, justo en el momento en que no buscas, se materializa ante ti, se revela con total naturalidad, como si ése fuese su reino natural, como si hubiese estado siempre allí y tú, sencillamente, no lo hubieses visto.


Por eso hoy quiero volver a colgar una entrada de estas Navidades: la felicitación de Navidad para mis amigos. “Qué pesada es esta mujer. Seguro que ya no tiene nada que decir y por eso se repite. O seguro que, al ser de Letras (perdón por mi humor siempre políticamente incorrecto), no habrá entendido que no es necesario volver a hacer todo el trabajo”. Pues sí, si que es necesario volver a hacer todo el trabajo. Es necesario volver a hacer el trabajo una y otra vez. Todas las veces que haga falta, si de verdad te importa. Si las cosas son valiosas.

No quiero revisitarla ni que otros la visiten de nuevo. Quiero volver a introducir esa felicitación. Tal y como era en origen, sin cambios, pero volverla a introducir. No para recordar nada a alguien ahí, fuera. Sino para recordar algo aquí dentro. Porque en momentos de luto conviene repetirse cosas que, por comodidad, podrían tergiversarse. No he sentido la tentación. Y no quiero ni imaginar que pudiese. Pero quizá podría un día; son escurridizos los sentimientos. Por eso quiero recordar constantemente; mantener vivo. Así que, sencillamente, la cuelgo de nuevo con mis disculpas por la insistencia. Sé que sabréis comprender, aunque no conozcáis los motivos, que en este momento tengo que hacerlo.

YO CREO EN LOS MILAGROS



Elijo, aún, seguir creyendo.



Es una foto de la primavera pasada, tomada en la Solana de Andrés.



Acababa de pasar el invierno y el sol, aunque tibio, comenzaba a calentar de nuevo. Al volver la mirada a las cercanas cumbres, a lo alto (porque siempre hay que mirar a lo alto; todavía hay que mirar al cielo), entre las extensiones inmensas de rocas negras, hoscas, ya resecas, veo surgir un árbol de buen tamaño: totalmente blanco. Y resplandece allí, único, en medio de la aridez y la dureza. En un paisaje improbable y de futuro incierto. Pero su blancura es tan impoluta que a penas se puede mirar de frente; su belleza ciega. Como ciegan las lágrimas que arranca su fe terca.

Yo creo aún en los milagros. Yo elijo, aún, voluntariamente, seguir creyendo.

                                                                                       (S. G. I. Hervás, 19 de febrero de 2011)




Pink, Glitter in the air (actuación en directo durante la entrega de Premios Grammy 2010)

QUE LAS HADAS PROTEJAN LAS MURALLAS DE HERVÁS. Y DERRIBEN LAS MENTALES

Hoy quiero parafrasear un título de Laura Uve (“Que las hadas protejan el amor” −http://u-topia1.blogspot.com/2011/02/que-las-hadas-protejan-el-amor.html−. Porque citar correctamente suele ser motivo de orgullo para el autor, y nada tiene que ver con el ruin plagio), y hacer un llamamiento a esas hadas en las que ella cree. En las que yo, a pesar de mi edad, aún sigo creyendo con una fe que no quiero considerar ciega, sino de penetrante vista. Porque, en efecto, no sólo es posible ver con los ojos. Y ése es uno de los motivos por los cuales os insto siempre a reapropiaros del tan (y tan injustamente) denostado tacto: a tocar, entre otras cosas, los árboles. Aprender a sentir es un largo proceso. Y el aprendizaje sentimental requiere mucha práctica.

Ayer, regresando de Gargantilla bajo la torrencial lluvia, la muralla, el agujero en la muralla, se materializó en mi mente. Porque estaba muy sumida en el paisaje interior y en su apasionado idilio con el paisaje exterior que me circundaba, pero no podemos caer en la tentación (ni siquiera los amantes más encendidos deben) de desgajarnos sin más del mundo. Ni de permitir que nuestra alegría o nuestro dolor se nos antoje el universo entero. Porque, de hecho, quizá nuestra alegría o nuestro dolor valgan mucho menos si no son compartidos. Quizá ni siquiera merezcan tales nombres cuando brotan aislados. Y porque yo no soy solo conmigo mismo: soy con otros, insertado en un tejido social que me debe, pero al que yo también debo. Siempre he considerado más satisfactorio regalar a que me regalen, amar a que me amen, escuchar (aunque quizá a veces no lo parezca) a que me escuchen.

Ayer pensaba en los efectos devastadores, peligrosísimos, que tendría toda esa agua en el precario apuntalamiento. En cómo el terreno se empaparía y pesaría cada vez más y más. Hasta quizá derrumbarse definitivamente.

Hoy, un vecino afectado me comunica que otro de los penitentes, conocedor además de los secretos del noble arte de la albañilería, asegura haberse percatado de que a lo largo de esta noche una modificación ha habido: uno de los puntales de la derecha se comba más que antes. Bajo lo que un profesional describe como un peso que ha aumentado en las últimas horas. Las piedras, la tierra y el lodo siguen bajando furtivamente, sigilosamente. ¿Dejaremos que ese lodo entierre? ¿Que enfangue la conciencia y con ella la memoria?

Si no nos protege el Ayuntamiento, que al menos nos protejan las hadas. Aunque, con todo el amor y el agradecimiento que nutro por lo sobrenatural, yo preferiría que fuesen los primeros quienes lo hiciesen: supondría un gesto. Quizá un gesto indicativo de un cambio de actitud. Y también de un cambio en el acercamiento a los vecinos de Hervás y sus problemas, a los problemas de las personas cuyos intereses presuntamente representa. Que el sistema no se revele un espejismo. Porque yo soy, fundamentalmente, mujer de fe. Y quiero seguir creyendo.

Mi salud mental y emocional agradecería sobremanera al Ayuntamiento de Hervás que tomase medidas, aunque éstas hubiesen de ser provisorias (si de verdad quien tiene que poner los fondos, sea quien sea, no dispone en este momento de ellos). Aunque fuese revisando (por parte de expertos fiables) el apuntalamiento y renovándolo. Si es que de momento no es posible restaurar, cuanto menos, ese pedazo de muralla. No esperemos a la desgracia.

COLLAO DE ENMEDIO (GARGANTILLA) A 20 DE FEBRERO. LLUVIA PURIFICADORA


Me dirijo a Gargantilla, a Collao de Enmedio. Voy, como casi siempre, en busca de lo que necesito. Y Ella, como siempre, me lo da absolutamente todo: lluvia torrencial todo el trayecto (de ida y vuelta), cielos entre el plomizo y el negro, ausencia total de luz, niebla espesa y nieve.


“¿Qué ha hecho un recorrido así con esa lluvia que caía hoy sobre la zona? ¡Esta mujer está loca!”. ¿Y bien? Yo nunca lo he negado.

Una experiencia dura: con la riada que se origina en determinados puntos del camino, el lodo denso que resbala y succiona y martiriza los músculos de las piernas, el agua helada que fustiga incluso los ojos, caminando todo el trayecto sin ver el suelo, de memoria, confiando en saber intuir cada piedra del camino para no tropezar, con el peso del equipo que aumenta por momentos al empaparse, al beber ansioso el agua que cae del cielo... Una experiencia única, como es única cada una de ellas. Porque las emociones que embargan en días como éste no se pueden comparar con nada. Con absolutamente nada. Sí, ya sé que cuando nos enamoramos nos llenamos de ilusión, el mundo parece nuevo y sentimos con mayor intensidad. Pero es que con Ella no se cae nunca en la rutina, y la intensidad de los sentimientos no disminuye con el tiempo, sino más bien al contrario. Las mariposas en el estómago no perecen nunca. De hecho vuelan con más entusiasmo en invierno.

Nada tiene en común esta lluvia con la del día 16, mucho menos densa pero infinitamente más dolorosa cuando abofeteaba el rostro. También hoy había lodo, mucho lodo, por supuesto. Pero, como podréis ver, había al tiempo verde y fresco musgo por doquier y grandes madejas de líquenes. Hoy había vida. Hoy se olía, incluso, un principio de primavera, aunque leve, a la salida del Castañar del Duque. Aún no han florecido los espinos blancos ni los rosales silvestres, y sin embargo…

La lluvia hoy lavaba. Y ha sido una consoladora ablución, una incomparable experiencia sumergirse en los profundos charcos, en esos espejos en los que se reflejan los robles aún desnudos, vestidos sólo de un incipiente y tibio deseo. Quizá celosos de las flores tiernas de los sauces blancos. Porque de esos charcos se sale siempre renovada.

En definitiva, hoy, bajo la lluvia, ha sucedido algo. Suceden siempre cosas ahí fuera; suceden siempre cosas aquí dentro. Y puede, querido amigo (ya que tanto te gusta citar a Pessoa), que a partir de ahora, a veces, sólo a veces, el poeta sea un fingidor. Aunque seguirá siendo al tiempo, como siempre, totalmente sincero. Quizá en eso consista convertirse en un profesional. Lo veremos.

Si estás ahí (mis simbólicos rituales y yo): ahora me encuentro en condiciones de volver al trabajo de nuevo. Evidentemente no lo he abandonado en ningún momento (¿se puede acaso dejar de respirar?). Pero ahora estoy en condiciones de hacerlo como suelo. Aunque esto, obviamente, no cambia nada de todo lo demás. Me pongo manos a la obra.

Por supuesto da tiempo a escuchar muchas cosas en tantos kilómetros, pero hoy quiero dejaros una en particular. Una de mis muy amados Jethro Tull, o de mi muy amado Ian Anderson. Porque quizá los verdaderos montañeses vuelvan a ser reyes un día. Y porque cuando la escucho en determinadas circunstancias yo ya me siento… no una reina sino una leal vasalla, una súbdita profundamente enamorada de esa generosa señora. Porque en esos momentos me siento repleta por dentro, como nunca nadie ha conseguido llenarme. Y también, por supuesto, porque un caballero que ha llevado mallas durante tantos años con tanto garbo ha de merecer, al menos, fidelidad. Si no devoción.



Para escuchar Mountain men de los prodigiosos Jethro Tull:


Los verdaderos protagonistas estan aquí