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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

SOLANA DE ANDRÉS A 24 DE DICIEMBRE CON UNA BUENA CAPA DE NIEVE

Si la tormenta de nieve del día 23 dejó la Heidi en las condiciones que habéis podido contemplar, podéis imaginar cómo estaba la Solana de Andrés, en la pista que circula sobre la Heidi. La capa de nieve era más que considerable, lo que unido a la pendiente del recorrido, no ayudaba mucho a avanzar. Por otro lado el sol, a pesar de no calentar con intensidad, provocaba desprendimientos de la nieve acumulada en las ramas de los abetos y pinos. Pero también, y mucho más grave, ocasionaba que la capa superficial de la nieve se derritiese, compactándola y haciéndola resbaladiza. Como sabéis bien, pisar sobre la nieve esponjosa, a pesar de que el estrato pueda ser más bien grueso, no es complicado. El problema aparece cuando esa nieve se congela a causa de la presencia de agua proveniente de escorrentias del terreno o de la licuefacción debida al sol. La nieve congelada es aún más peligrosa que las placas de hielo, ya que se detecta con menos facilidad. Tiene el mismo aspecto de la nieve normal y a menudo no nos damos cuenta de que está congelada hasta que la pisamos y resbalamos. Recordaréis quizá que es esto lo que me sucedió el invierno pasado, cuando quedé a pocos centímetros del precipicio. Este año llevaba los crampones conmigo. No obstante, pude evitar colocármelos incluso en ese tramo particularmente peligroso gracias precisamente a la gruesa capa de nieve, tan densa que este año no se ha congelado ni siquiera con el agua del arroyo. Como podéis ver, la nieve puede ser un aliado. De hecho nos salva también de la deshidratación: el pilón que hay de camino no manaba, pero el agua de deshielo corre limpísima por la cuneta.





































































































































































































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